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Y sigue

* Por Carlos Pérez García

Hay días y zonas en que llueve más que en varios años… o regiones en las que suceden demasiadas cosas, como el martes en América del Norte.

Al igual que en México, nuestro poderoso vecino confirma que la demagogia que polariza las masas de baja escolaridad es muy eficaz para ganar elecciones, aunque el candidato (o el promotor de la candidata) sea un hampón consumado. Buscan golpes silenciosos o estridentes, e incluso Claudia Sheinbaum se atreve a decir que, a raíz de que la Corte (capturada) no pudo detener su elección popular del poder Judicial, “eso nos hace el país más democrático en todo el mundo”.

Para entender mejor el resultado de la elección estadounidense, los latinos arraigados allá están en contra de una nueva inmigración descontrolada que los perjudica, a la vez que atraen mucho los hombres fuertes aun con tantos defectos.

Son también aplicables para nosotros algunas ideas de Obama luego de la derrota de su candidata. México es una nación tan grande y diversa, que no coincidimos en muchos temas; sin embargo, para progresar debemos acercarnos a gente con la que tenemos profundos desacuerdos. Es así como los países avanzan y vamos a recuperarnos para acreditar menos injusticia, menos desigualdad y más libertad.

Lo bueno, oigan, es que nuestros problemas se pueden resolver. Pero, continúo parafraseando, sólo si nos escuchamos uno al otro y nos ajustamos a principios constitucionales y democráticos que han ayudado a construir grandes países. Vivir en una democracia da por hecho que mi punto de vista no siempre va a prevalecer.

Eso sí, ni a Trump ni a López Obrador (a través de Sheinbaum) les será tan fácil sostener sus engaños en los segundos pisos de sus populismos demagógicos. Ya se les conocen sus mañas y objetivos siniestros. Acá, digamos, con la reforma judicial sus mentiras resultan grotescas y, claro, es elemental que Estados Unidos no se beneficiaría si se cierra en contra de la natural integración económica con México.

DE ESPECIAL INTERÉS, EL artículo de John Keane Cómo los demagogos destruyen las democracias, en la revista Letras Libres, noviembre de 2024. Arroja luz sobre lo que ha sucedido en países muy diversos y destaco aquí un resumen de varios puntos.

– Algunas democracias han sido destruidas de manera rápida por insurrecciones o golpes de Estado, pero acabar con “el espíritu y la sustancia de la democracia” puede darse con lentitud a la sombra de mentiras y manipulaciones de líderes que corroen las instituciones desde adentro. La retórica del demagogo está diseñada para movilizar sectores de la población y confirmarles quiénes son: El Pueblo. Algunos embaucadores llegan a afirmar que ellos son “la encarnación de la voluntad del pueblo”, como los “populares” López Obrador en México y Modi en la India.

– Hay fanfarronerías, vanidades y ansias de venganza con el telón de fondo del hambre de poder, fama y riqueza… que se acentuaron en intentos de insurrección de Estados Unidos (Trump) o Brasil (Bolsonaro). Igual que acá, los charlatanes redentores han tratado de concentrar el poder político y no le dan importancia a la complejidad del mundo. Se esfuerzan por neutralizar, politizar y secuestrar burocracias, órganos independientes, gobiernos locales e instituciones que vigilan el poder.

La devastación de la democracia se lleva a cabo en nombre de la democracia. Desde las campañas, los populistas muestran olfato para el resentimiento y manipulan el descontento con dinero y confianza narcisista, haciendo uso de los derechos de reunión y las libertades hacia la próxima elección.

– Prevalece una falsa democracia y los demagogos se apoyan en un “pueblo” engañado impunemente: le venden pasión y prejuicios, fanatismo e ignorancia. Al “transformar”, todo lo hacen a cambio de algo y capturan la Suprema Corte y los órganos electorales, como también ha sucedido en Hungría (Orbán), Turquía (Erdogan) o El Salvador (Bukele).

– Al final se tiene un Estado corrupto a cargo de demagogos con el respaldo de oligarcas gubernamentales y corporativos, al igual que periodistas dóciles y jueces sumisos: una forma de gobierno autoritario con la combinación del puño y la servidumbre de millones de leales a quienes les prometen  beneficios a cambio de su obediencia como “pueblo” ficticio. Con tiempo se podrá revertir.

En esto no somos los únicos en el mundo. Y, aunque nos parezcan tontos o locos, los dictadores (o sus delegadas) aplican una especie de manual.

cpgeneral@gmail.com

@cpgarcieral

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