Fíjense, a veces me pregunto si tantos deterioros en nuestro país podrían tener límites visibles. Corre el año y casi todo sigue empeorando, pero lo más probable es que no vayamos a sufrir a corto plazo un “estallido social”, si bien muchas cosas pueden suceder en el marco de un gobierno tan frustrado y desesperado ante una sociedad que se ha visto burlada y ya resiente un deterioro en el nivel de vida con fricciones sociales; manifestaciones políticas; desconfianza ante lo electoral; quejas por la inflación y el desempleo; grados de malestar, desánimo o politización extrema.
Buena parte de ello lo afronta con resiliencia la mayoría de la población, además de que la mentira y el cinismo confían en que la indignación se apaga pronto. Los escándalos y las fallas levantan reclamos, aunque estos suelen ser breves tal como señala Jesús Silva Herzog (Pulso, 9 y 16 de enero, 2023). Del patriarca, todos quieren calcar la desfachatez y otras mañas que no se pueden heredar fácilmente, pero con esos intentos de copia ya se diluyen los propios efectos.
Al actual presidente se le facilita la comunicación con tanta seguridad y desvergüenza cuando miente o insulta o evade o se equivoca, lo que significa autenticidad para sus fieles. El cinismo se vuelve virtud y el engaño liderazgo, mientras que un escándalo hace que los anteriores se olviden y su acumulación se pierda entre tantos problemas y la fe sin razonamientos.
Más allá de su hábil demagogia populachera, de su política de distribución de efectivo y de su constante presencia en los medios y las redes, la popularidad del presidente no cae más porque resulte muy carismático. En realidad, esto obedece a que muchos de sus conciudadanos con menor escolaridad se podrían identificar con él por las características que se suelen atribuir al mexicano promedio: apático, mediocre, resentido, desafecto a las leyes, conformista, desaliñado, negativo…
Así, en el perfil opuesto se inventan los aspiracionistas, competitivos, esforzados, metódicos o posgraduados… Todos estos, claro, son menos y muchos de ellos no apoyan las tesis de Amlo, pero representan el tipo de pensamiento que más requiere el país para superar sus atrasos.
El peor enemigo de Morena y su 4T no es la oposición… Viene a ser la realidad; o sea, la verdad. Y, desde luego, esa realidad debería hacerse visible y ser ampliamente utilizada por los opositores e incluso por muchos que no se asumen como tales. La clave ahora es que nos quieren convencer de que “los fracasos son logros”, lo cual sugiere festejos y la conveniencia de cierta continuidad a partir de las elecciones, sobre todo entre quienes desean creer en un dogma o acto de fe.
De hecho, oigan, no hay resultados positivos ni funcionarios aptos como para renovar la esperanza populista. Por el contrario, habrá que darle viabilidad política a un viraje importante que permita regresar a un itinerario del siglo XXI, quitándole al que traíamos su corrupción desmedida. Nomás no podrá haber otro sexenio de populismo empobrecedor, pero algo tendrá que tomarse de ese engaño y transformarlo en hechos: el sentido social, más que nada a través de la inversión productiva y la creación de empleos.
Ahora habrá que rechazar la pobreza y abatirla en forma tangible. Eso sí, nadie deberá conformarse y tenemos que aspirar a algo mejor, con méritos y sacrificios en mercados abiertos, dentro de una competencia positiva, con elementos de colaboración y solidaridad. Esta opción real de futuro se da en etapas y, sobre todo, se centra en la Educación, pero ante la mentira y la magia populista (con una