Me resisto lo más que puedo, pero a veces pierde sentido si lo que dice o hace un gobierno que se considera transformador va en contra de él mismo. Sin embargo, los ataques y burlas al Amado Líder lo fortalecen al volverse la víctima de los malvados que estamos contra todos ellos. Sus éxitos estratégicos (no resultados) lo aflojan a partir de cierto exceso de confianza.
Muchos de los problemas de hoy vienen de tiempo atrás y ahora se han desbordado y acentuado: la insuficiencia del estado de derecho, el crimen organizado y la inseguridad, la debilidad de los sectores de Salud y Educación, la vulnerabilidad de la economía ante choques externos y errores internos… Miren, en algunos de esos casos el régimen actual se convirtió en el remate de una larga enfermedad: en vez de mejorar, empeoró mucho las cosas.
No sólo será necesario vencer, convencer, empezar a reconstruir y atender las profundas heridas que dejen las luchas por el poder. Varias actitudes, me temo, tendrán que cambiar si quieren evitar derramamientos de sangre.
La degradación política es enorme y el odio está muy extendido. Habrá que asumir y procesar posiciones de ambos lados, con los liderazgos que tendrán que surgir.
Eso sí, me cuesta aceptar que estos últimos sexenios nuestro país haya tenido dos presidentes tan deshonestos y nocivos para México… seguiditos, podríamos decir: El priista Enrique Peña Nieto y el ex-priista morenista Andrés Manuel López Obrador, que continúan entre los mayores casos de impunidad en la historia.
Merecer es un verbo muy difícil. Ni los merecemos, la verdad, ni tampoco podíamos esperarlos. El primero tiene responsabilidad en cuanto al segundo. No pienso, claro, que EPN debía haber actuado en contra de la democracia para impedir que AMLO llegara al poder, pero repudio que antes hayan pactado su llegada… a cambio de que le cubrieran las espaldas con su corrupción anterior.
La impunidad ha dominado en este período presidencial, tanto sobre el pasado como lo que surge en la actual administración. Para unos sería el centro del gran problema y los demás vendrían a ser síntomas causados por ella: inseguridad, ilegalidad, falta de medicinas, extorsión, crimen organizado y la propia corrupción. Son simplificaciones, sí, pero no hay duda de que afecta y realimenta las corrupciones que pueden existir.
A menudo el líder “moral” trata de introducir algo ideológico en contra de sus adversarios: etiquetas peyorativas que ni él entiende bien y que, más aún, sólo buscan insultar y descalificar (conservadores, fifís, neoliberales, tecnócratas, saqueadores, traidores a la patria…), a pesar de que ¡la mayor parte de los calificativos o atributos opuestos no encuentran ningún sustento en su gobierno (liberales, sobrios, morales, humanistas, honestos, patriotas)! Resulta absurdo e insostenible ese mundo polarizado de “buenos y malos”.
Con tales incongruencias, difícilmente se puede hablar de derecha… e izquierda, o de fascismo ante una especie de marxismo o comunismo, como algunos quieren ver. A su vez, el populismo, que puede ser de derecha y de izquierda, equivale a una demagogia que busca popularidad para mantenerse en el poder.
Igual, en la conversación pública los elementos de mayor presencia estos días son: mentira, cinismo, simulación, ilegalidad, impunidad, escándalo, distracción, enojo, revelación, encubrimiento, protección, popularidad, propaganda, responsabilidad, colusión, desesperación, defensas, ataques, evasiones… hasta orientarse a lo electoral con el desmantelamiento del INE para crear otro organismo que favorezca a quienes están ahora en el poder.
Tú, amable lector, lectora, coincidirás en que, ante ello, la sociedad no se va a quedar callada ni paralizada, por lo que vienen definiciones y turbulencias. Para bien, más que para mal, por el futuro.
* ESTA ES MI COLUMNA 950 desde 2002. Mi agradecimiento a Florencio Ruiz de la Peña por su invitación al periódico, así como a Miguel y Pablo Valladares por su paciencia.
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