El lonche que las madres de familia preparan para sus hijos en edad escolar ha experimentado una notable evolución a lo largo de los años. Sin embargo, hay un clásico que aún perdura en la memoria colectiva: la torta de huevo, que durante mucho tiempo fue el rey indiscutible de las mochilas de los niños en primaria y secundaria en México.
La torta de huevo, un sencillo pero efectivo hechizo culinario, consistía en pan blanco —ya fuera bolillo o telera— untado con mayonesa y relleno de huevo revuelto o en tortilla. Cada madre tenía su propia versión: algunas optaban por añadir crema, otras incorporaban frijoles, pero todas coincidían en envolver la torta en una servilleta, papel de estraza o incluso en papel aluminio, para luego colocarla en una bolsa de plástico.
La popularidad de la torta de huevo entre las madres mexicanas se debe en gran parte a su bajo costo. En la década de 1990, una pieza de pan blanco costaba mil pesos (equivalente a un peso actual), mientras que un solo huevo rondaba los 500 pesos (50 centavos de hoy). Dicha combinación era una verdadera ganga, especialmente para familias con varios hijos; el promedio de hijos por mujer en México era de 3.45 en esa época, aunque actualmente se ha reducido a dos por hogar.
Este lonche, a pesar de su simple presentación, tenía la capacidad de impregnar con su aroma el interior de cualquier mochila, especialmente cuando se combinaba con el olor de frutas como plátanos o manzanas, creando una experiencia sensorial única.
Aunque la torta de huevo era un favorito, no era la única opción. Las madres mexicanas también tenían otras variantes como torta de jamón y queso, sin embargo, el recurrente durante muchos años ha sido, y todo indica que seguirá siendo, la mítica torta de huevo.