
La película «Dios no está muerto» (título original God’s Not Dead), dirigida por Harold Cronk y estrenada en 2014, es una obra que genera debate tanto en el ámbito religioso como en el académico. Su historia gira en torno a un estudiante universitario cristiano que desafía las creencias de un profesor ateo en una intensa confrontación sobre la existencia de Dios. La película, más que ser solo una narrativa de fe, plantea temas sobre la libertad de pensamiento, el poder del cuestionamiento y la importancia de mantener convicciones personales en medio de la presión social.
El protagonista, Josh Wheaton, es un joven estudiante cristiano que se inscribe en la clase de filosofía del profesor Jeffrey Radisson. Desde el primer día, el profesor exige que todos sus alumnos firmen una declaración que diga «Dios está muerto» para continuar el curso sin discutir la existencia de Dios. Josh se niega, lo que da inicio a una serie de debates públicos dentro del aula, donde debe defender su fe con argumentos lógicos, científicos y filosóficos, mientras Radisson representa una postura racionalista y atea.
La estructura de la película se construye en torno a esta confrontación central, pero también introduce subtramas que exploran la fe en diferentes contextos: una joven musulmana que es descubierta por su familia escuchando sermones cristianos, una periodista atea que enfrenta una enfermedad terminal, y una madre que sufre de Alzheimer pero que, en su lucidez ocasional, expresa sabiduría espiritual.
Uno de los temas más destacados de la película es el valor de defender las creencias personales, incluso cuando esto implica enfrentar a figuras de autoridad o ser rechazado por la mayoría. Josh representa la lucha por la libertad de expresión en un entorno que, supuestamente académico, se vuelve dogmático al excluir puntos de vista religiosos.
La película también plantea preguntas sobre el origen del universo, el sufrimiento humano y la moralidad. Si bien lo hace desde una perspectiva claramente cristiana, invita al espectador a reflexionar sobre el papel de la fe en un mundo cada vez más secularizado. Asimismo, critica la arrogancia intelectual y la intolerancia que puede existir tanto en creyentes como en no creyentes.
Dios no está muerto fue un éxito comercial, especialmente entre audiencias cristianas, pero también recibió duras críticas de sectores académicos y cinematográficos. Muchos críticos señalaron que la película presenta una visión caricaturesca del mundo universitario, en la que los ateos son mostrados como intolerantes y moralmente vacíos, mientras que los cristianos son héroes inquebrantables.
Para muchos espectadores creyentes, la película fue inspiradora, reafirmando su derecho a vivir y expresar su fe abiertamente. Se convirtió en un punto de partida para discusiones sobre la libertad religiosa, la educación, y el diálogo entre ciencia y religión.
Dios no está muerto no es una película neutral: toma una postura clara en defensa del cristianismo y busca movilizar a su audiencia hacia una afirmación de la fe en contextos hostiles. Aunque puede ser criticada por su falta de equilibrio en el retrato de sus personajes y argumentos, no se puede negar que ha generado conversaciones importantes sobre el lugar de la religión en la sociedad moderna. Ya sea vista como una obra inspiradora o como un producto ideológico, la película cumple su objetivo: hacer que el espectador se cuestione lo que cree y por qué lo cree.