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El sueño americano, la pesadilla de la muerte

* Siete mil 500 dólares cobran los coyotes por la aventura fallida

* Historia de un sobreviviente

Lleno de ilusiones, Paquito comenzó a juntar dinero para irse a Estados Unidos sin saber que ahorraba para ir al encuentro del horror. Siete mil 500 dólares era el precio a pagar.

No hubo garantía de nada. El pago es por adelantado y se hacen tres intentos, si a la tercera no pasa, se termina el trato.

Paquito se arregló con los coyotes, fue pagando en abonos a fuerza de endeudarse. Estaba confiado de que, al llegar a los Estados Unidos, tendría asegurado un trabajo y muchos dólares.

En el primer intento los retacharon Durante el trayecto de casi 10 horas, Paquito recordó su infancia feliz en un rancho del municipio de Moctezuma. Su vida, una y otra vez recorría sus pensamientos, sus deseos de grandeza, de ganar dinero para construirle una casita a su madre y de comprarse una camioneta, una troca, como le dicen en El Otro Lado.

Eran unos 30 pasajeros, todos se veían a los ojos, pero tenían prohibido hablarse. El jefe de los coyotes les dio instrucciones muy claras; no debían hablar con nadie, excepto si tenían la orden de hacerlo. Les advirtieron que habría algunos peligros y sobresaltos, pero que todo estaba bajo control, que estaban arreglados con los buenos y con los malos.

El destino era Texas, pero no alcanzaron a llegar a la frontera. Todo fue muy rápido, en un retén los ubicaron y, sin mediar palabra, el autobús dio vuelta en U y regresó. No hubo mayor explicación, sólo que el intento había fallado, que esperaran una nueva llamada para buscar una segunda oportunidad.

Aún lleno de esperanza, Paquito volvió al pueblo y comenzó a trabajar de manera provisional en espera del prometedor futuro en dólares.

Mientras tanto, con los ojos llenos de llanto, su madre pedía a Dios que Paquito se quedara, que no lo intentara de nuevo, porque en el pueblo se oían rumores de que el tráfico de migrantes es atroz. Si bien les va, los golpean, los humillan, si no, los matan.

La segunda oportunidad tocó la puerta, Paquito preparó una mochila con enseres básicos y esperó ansioso que le dieran la ubicación de la nueva salida, esta vez harían, al menos, dos transbordos. Uno en Monterrey y otro en Reynosa. Con la adrenalina a tope, bajaron del autobús y subieron a una camioneta tipo van, pero el tramo final, el paso a los Estados Unidos, se haría en la caja de un tráiler, en un trayecto que, prometieron, sería de una hora o, máximo de hora y media.

Pronto, las ilusiones se derrumbaron de nuevo, pues ya no pudieron llegar al punto donde abordarían el tráiler, en el camino, un grupo de pistoleros detuvo la camioneta y, sin mediar palabra, le disparó en la cabeza al chofer.
La sangre salpicó el vehículo y el rostro de los migrantes que estallaron en llanto y gritos de desesperación. Los sicarios mataron, ahí, a dos más y al resto lo llevaron desierto adentro para luego abandonarlos.

Llenos de horror, perdieron el sentido. El tiempo se detuvo. Horas después, Paquito tomó conciencia y, aún sin saber con claridad lo que había pasado, buscó entre sus ropas y encontró un pequeño teléfono que llevaba escondido. Marcó al 911, pero no contestaron, así que llamó a su familia y le contó lo sucedido, mientras descubría que en su ropa también había manchas de sangre.

El poco saldo que había comprado se agotó, pero su familia insistió en el 911 hasta que respondieron y, por gracia de Dios, comenzó la búsqueda. Paquito no sabe si fueron horas, instantes o una eternidad, pero de pronto, vieron llegar una camioneta de la Guardia Nacional. Temerosos, creyeron que se trataba de sicarios encubiertos, sin embargo, el responsable de la unidad les dio algunas claves de confianza. Uno de ellos, al ver las condiciones en que se encontraban, hambrientos, deshidratados, golpeados y muy lastimados en su condición humana, les dijo “No puede ser que paguen para que los maten”. Los sobrevivientes bajaron la mirada. El sueño se había convertido en pesadilla, lo único que les queda es la vida y mucho trabajo por delante para recuperar la paz, el sueño y la esperanza de un futuro mejor. Nunca más volverán a intentarlo, no habrá una tercera ocasión.

Días después de esta historia, fue localizado un tráiler con 50 migrantes que murieron por asfixia. El chofer los abandonó. Al final, quizá, murieron de hambre, de ser, de calor, de espanto.

Paquito vivió para contarlo, pero no quiere acordarse. Han pasado pocos días, pero parece que su mente se estacionó en el episodio de sangre y crueldad. Ha vuelto a trabajar y cansa su cuerpo en la obra, pero su mente no para de recordar este fatídico suceso que marcará su vida para siempre.

Seguiremos informando.

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