
En México no tenemos memoria, los mexicanos usualmente somos desmemoriados; solemos perdonar primero al político que nos robó hasta que se cansó, antes que al hermano en una disputa familiar. Esto viene a cuento para tratar de explicar un poco la República de la moral que sugiere López Obrador.
La moral tiene memoria, contiene rasgos genéticos. En este sentido, es imposible construir una Constitución Mexicana Moral solo con el discurso y la voluntad del poder de un solo hombre. Los grandes proyectos políticos (y otros de memoria colectiva, personal y familiar como la moral) llevan décadas de construcción, no se puede pensar que porque 30 millones de mexicanos votaron por ti la tengas hecha para encima imponer un decálogo de nuevas buenas costumbres; porque además existen otros 30 millones que no lo hicieron y que seguramente no se sienten nada cómodos con tus decisiones, pero que son parte del bien nacional que buscas también moralizar.
Las buenas costumbres (como las acciones) se heredan y son parte del sistema moral de un pueblo, de una familia, o sociedad; y en México, en política, hemos recibido nada o casi nada en las últimas décadas de ello. En consecuencia, no hemos obtenido grandes aprendizajes civiles de las “distintas morales” que han ejercido el cargo en los sexenios pasados. Háblese de la moral de los últimos ex presidentes.
Por eso, no viene al caso que AMLO tase la moral como un sistema de símbolos políticos y de aprendizaje civil que se muestra en un decálogo; eso tiene que dejarlo a un proyecto político de grandes alcances, con trabajo ético, con acciones de progreso, justicia y paz social, y sobre todo, de ejemplos claros, en donde todos podamos sentir y ver las reglas morales fundamentadas en el respeto a la Constitución Política.
AMLO no puede decirle a España –basado en su propio poder moral- que pida una disculpa a los indígenas y mexicanos; cuando después del Virreinato, hemos seguido pisoteándolos como si fueran una especie distinta, cuando maltratamos a los centroamericanos que pasan por nuestro país, cuando las trabajadoras del hogar no pueden comer en la misma mesa, ni usar el mismo baño.
Para disculpar, primero tendríamos que tratar de disculparnos nosotros de nosotros mismos. Aunque esto es un poco complicado, porque hemos construido durante siglos una memoria colectiva e histórica que es complicadísimo cambiar como crear, hoy mismo, una República de la Moral por mandato constitucional.