«Días después de la Navidad, los niños esperan ansiosamente la celebración del Día de Reyes que da principio en la madrugada del 6 de enero. De esta manera se revive simbólicamente lo acontecido hace ya más de 2,000 años, cuando tres astrólogos originarios de los continentes conocidos hasta entonces (Europa, Asia y África) llegaron a las puertas de Belén convencidos de que la estrella que iluminaba de forma inusitada el universo anunciaba algo extraordinario: el advenimiento del Mesías. Ante la evidencia magnífica y seguros del grandioso significado de aquel nacimiento, depositaron a los pies de la real criatura, a modo de obsequio, tesoros representativos de sus respectivos lugares de origen: oro, incienso y mirra.
Así pues, la noche del 5 de enero los pequeños colocan con cuidado un par de zapatos a los pies del árbol de navidad, entre el heno que conforma el pesebre simbólico y, los Reyes pasan en sus cabalgaduras por la casa y dejan el regalo que el niño pidió en la carta a ellos enviada. De esta manera, al llegar la mañana, el asombro y el contento de los pequeños cobra dimensiones insospechadas y tanto en las casas como en las calles, el alborozo del estreno se manifiesta en impetuosas carreras en relucientes bicicletas o veloces patines y en tiernos mimos prodigados por las niñas a sus insustituibles muñecas. En medio de este júbilo que tanto tiene de la más pura fantasía, se celebra la llegada de los Reyes Magos al establo donde nació Jesucristo llevándole sus presentes y de aquí la importancia que cobra para los niños este festejo.
Por la noche cambia el tono de la celebración, ya que entonces la función primordial es la de compartir entre la familia y los amigos la famosa e infaltable Rosca de Reyes, la cual tiene su origen en la época de los misioneros franciscanos, quienes a modo de homenaje a los tres monarcas del Oriente, tenían el hábito de conmemorar lo especial de esta fecha con manjares alusivos. En un principio, para la hora de la merienda, se elaboraba una tarta que, con el tiempo, se convirtió en una rosca adornada con azúcar molida y fruta cristalizada que representa la corona de los Reyes Magos. Desde entonces se practica, parte como rito, parte como fiesta, el dividir en porciones esta rosca en cuya pasta se introduce -siguiendo también la noble tradición franciscana- una figurita infantil, antes de barro cocido y ahora porcelana o plástico, para simbolizar el advenimiento de la criatura celestial. Cada uno de los invitados corta la porción de rosca que le corresponde; el favorecido con el muñequito es considerado el rey de la fiesta y éste elige a una reina para ofrecer, entre ambos, la tradicional comida del 2 de febrero, Día de la Candelaria, que es cuando se encienden las candelas por la purificación de la Virgen María. Prácticamente no hay en México familia que, la noche del 5 de enero, no ponga a la mesa esta rosca acompañada de café, chocolate y atoles de fresa o piña o vainilla, además de los tamales salados o dulces.
Así, entre la seriedad del rito y las emociones lúdicas de la felicidad compartida se cumple en México con los festejos, siempre distintos, aunque en esencia siempre idénticos, de las Posadas, la Navidad y los Reyes.”