Ayer fue día de hacer mandado. Es increíble ver a la gente en la calle como hormigas que llevan la hoja, la migaja; hasta en fila india, una tras otra. No, no son de los que venden cosas para obtener lo del día, son los otros, los que tienen la vida arreglada de alguna forma.
No es lo mismo, ya que entre 6:00 y 7:00 de la mañana escucho a los que viajan a la zona industrial a trabajar, no hay de otra (quiero suponerme), tienen que producir para sus patrones (pobrecitos patrones pienso en sus bolsillos).
Después, a partir de las 9:00 todo se vuelve una fiesta, música, motores, voces presurosas. No puedo más que resumir: a los mexicanos nos gusta la muerte, tenemos una afinidad enorme con ella, es además de divertida un excelente negocio.
¡Un virus!, ¿Qué chingaos?, ahorita le inventamos su corrido o su meme, para eso somos creativos. “Nadie experimenta en cabeza ajena” (otro dicho que viene a mente), ¿conoces tu a alguien con coronavirus?, no le digo a un amigo en una conversación. Yo tampoco, me dice él.
Mientras, el virus permanece en la superficie más pulida por las suelas, en el gargajo aplastado y seco ya, en las manos del inocente, en la tos indiferente. Cuando salgo a la calle, salgo preso de mi mente.
