Conforme el año se acerca a su fin, muchas personas experimentan una oleada de introspección. Noviembre y diciembre suelen ser épocas en las que miramos hacia dentro evaluamos nuestras experiencias, logros y desafíos. Pero, ¿por qué sucede esto de forma tan intensa en estos meses finales?
Para empezar, el final del año actúa como un límite psicológico. Así como una meta nos impulsa a acelerar el paso o una fecha límite en el trabajo nos da el impulso final, diciembre se convierte en una especie de frontera en el calendario. En este punto, se hace natural revisar lo que hemos vivido y evaluar si logramos las metas que nos propusimos al inicio del año.
Es un momento en el que, de forma casi automática, hacemos un balance de lo bueno y lo malo, lo logrado y lo perdido. Este límite nos obliga a reflexionar sobre nuestras decisiones y a hacernos preguntas como: ¿He cumplido con mis propósitos? ¿Estoy donde quiero estar? Este análisis es una forma de entender nuestro propio crecimiento y de proyectarnos hacia el año siguiente.
Además, en muchas culturas, noviembre y diciembre están marcados por festividades que nos conectan con la familia, la comunidad y el sentido de pertenencia. El Día de Acción de Gracias, la Navidad o el Año Nuevo son ocasiones que suelen reunir a las personas. Estos encuentros no solo permiten reconectar, sino que también abren espacios para conversaciones profundas y emotivas sobre nuestras vidas, aspiraciones y recuerdos. }
Fiestas y rituales
Los rituales y celebraciones invitan a mirar hacia atrás, recordar a quienes ya no están y valorar el tiempo con quienes amamos. Las festividades traen consigo un sentimiento de gratitud y nostalgia, y ambas emociones propician la reflexión.
Por otro lado, en invierno, la naturaleza parece ralentizarse y descansar, y el cambio de estación puede inducirnos a un estado de ánimo introspectivo. La oscuridad temprana y el clima inclemente nos llevan a pasar más tiempo en interiores, en un entorno más silencioso y propicio para pensar en nuestras vidas.
También, el final del año representa un cierre emocional y la oportunidad de renovar nuestro propósito. Nos vemos impulsados a hacer un «borrón y cuenta nueva», lo cual es un mecanismo psicológico valioso. Este acto de cierre y reinicio es una manera de procesar nuestros errores, hacer las paces con el pasado y trazar un camino hacia el futuro. La idea de un «nuevo comienzo» nos motiva a definir lo que queremos dejar atrás y lo que queremos construir en adelante.
Finalmente, la presión social y cultural para hacer propósitos de Año Nuevo también juega un papel. Aunque para algunos esta práctica puede parecer trivial, establecer intenciones para el año próximo genera un sentimiento de expectativa y automejora.
Nos planteamos qué hábitos mejorar, qué metas alcanzar y cómo queremos ser mejores versiones de nosotros mismos. Reflexionamos para poder cerrar el ciclo con una sensación de avance y preparación para lo que viene.
Noviembre y diciembre son más que el final de un calendario; son un momento de transición emocional, un tiempo de pausa que nos da perspectiva y que nos ayuda a enfocar nuestras metas y deseos. Estos meses, con sus festividades, clima y sentido de cierre, nos brindan una oportunidad para el crecimiento y la autorreflexión.
Estefanía López Paulín
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