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A diferencia de otras enfermedades virales, como el sarampión o la polio, la gripe común no tiene una vacuna única y permanente. La razón principal radica en la gran capacidad de mutación del virus de la influenza, que cambia constantemente, obligando a los científicos a actualizar las vacunas cada año.
El virus de la gripe pertenece a la familia Orthomyxoviridae y tiene varias cepas, clasificadas principalmente en los tipos A, B, C y D. Los más comunes y peligrosos para los humanos son los tipos A y B, que sufren modificaciones constantes a través de mutaciones genéticas y recombinaciones. Este fenómeno, conocido como “deriva antigénica”, impide que una sola vacuna proporcione inmunidad de por vida.
Cada año, la Organización Mundial de la Salud (OMS) analiza las cepas del virus más frecuentes en circulación y recomienda la composición de la vacuna estacional. Esto significa que la protección que ofrece la vacuna contra la gripe es temporal y específica para cada temporada.
Otro factor que dificulta el desarrollo de una vacuna universal contra la gripe común es la capacidad del virus para evadir el sistema inmunológico. A medida que cambia su estructura, el organismo humano no lo reconoce completamente, lo que reduce la efectividad de la inmunidad adquirida en infecciones previas o mediante la vacunación.
Actualmente, investigadores de todo el mundo trabajan en el desarrollo de una vacuna universal que pueda ofrecer protección prolongada contra múltiples cepas de la gripe. Sin embargo, hasta que esto sea posible, la mejor defensa sigue siendo la vacunación anual, acompañada de medidas de prevención como el lavado frecuente de manos, la ventilación de espacios cerrados y el uso de cubrebocas en temporadas de alta circulación del virus.
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