Hay una historia que me encanta, hoy la transcribo para ti: “A los 15 años de edad, Bernardo de Alejandría entró en la gran biblioteca que guardaba 500 mil volúmenes e hizo el juramento de no salir de ahí hasta encontrar la última verdad del universo.
A los 30 años escribió un libro. Los sabios se admiraron con los hondos misterios guardados en sus páginas. Pero Bernardo dijo que en los millones de palabras que había escrito no estaba la verdad que buscaba.
Siguió buscando otros 30 años, y cuando acabaron, sacó a la luz un nuevo libro. Tenía menos palabras, mas Bernardo dijo que tampoco en ellas estaba la verdad última del universo, pero que se iba acercando a ella. Pasaban los años y nuevos libros salían de manos de Bernardo. Cada vez eran más pequeños, tenían menos palabras que el anterior. Pero tampoco en ellos el sabio había hallado su verdad.
Por fin, un día lo venció el tiempo. Bernardo sintió que se acercaban los pasos de la muerte. Congregó a sus discípulos en torno de su lecho y con una suave sonrisa les dijo que había encontrado finalmente la última verdad. Les indicó que para decir esa verdad no eran necesarias millones de palabras, sino una sola. Les dijo que esa era la palabra: amor”.
Siguiendo la esencia de esta historia, el amor es nuestra fuente de vida, pero nos hemos olvidado de las tres principales vertientes de este: amarnos a nosotros mismos, amar nuestra vida y amar a la naturaleza.
Hemos dejado de amar a la naturaleza con nuestras acciones, hay una frase tan contundente que es indiscutible: “Dios siempre perdona, el hombre a veces, la naturaleza nunca”.
En una carrera irracional en busca de riqueza económica y el poder, el hombre ha ido a contrapelo de su instinto natural, depredando irracionalmente a la naturaleza; el hombre moderno se ha olvidado de aprender, de los viejos indígenas y de las abuelas y los viejos de los pueblos, esa tradición oral que a su vez sus mayores les transmitieron en donde hay un profundo amor a la naturaleza.
Es así que la naturaleza, en donde nada es superfluo y todo tiene un porqué, “con un brote de gripe, fiebre y síntomas respiratorios (tos y disnea o dificultad para respirar). En casos más graves, neumonía, síndrome respiratorio agudo severo, insuficiencia renal e, incluso, la muerte”, es lo que nos está cobrando la factura de tantas sandeces que hemos hecho y continuamos haciendo en desamor a la madre tierra, con pesticidas, deforestación, basura tirada insensatamente, contaminación del aire, agua y tierra, depredación irracional de animales, etc.
“En este caso, se trata del coronavirus SARS-COV2. Apareció en China en diciembre pasado y provoca una enfermedad llamada COVID-19, que se ha extendido por el mundo y fue declarada pandemia global por la Organización Mundial de la Salud.”
La gravedad del COVID-19 deja una lección al mundo, como dijo Aristóteles: “La naturaleza nunca hace nada sin motivo”. Hay que hacer un alto en el camino evitando sobrepasar los límites establecidos por ésta, para no despertar la fuerza escondida que posee.
“Las recomendaciones para no propagar la infección son: la buena higiene de manos y respiratoria (cubrirse la boca y la nariz al toser y estornudar) cocción completa de carne y los huevos. Evita el contacto con cualquier persona que presente signos de afección respiratoria, como tos o estornudos.” Lo de la naturaleza me recuerda aquel hombre que, lleno de vanidad, alimentaba su ego yendo siempre contra su naturaleza de vida, todo lo tenía postizo, cierto día su esposa le envía un mensaje:
–– Querido, estoy asustada porque la policía ha hallado un cuerpo quemado, con dentadura postiza, peluca, juanetes y cirugía plástica en la nariz, por favor, respoooondeeee este mensaje… ¡PARA SABER QUE ESTÁS BIEN!