Cuanta razón tiene Thomas S. Monson cuando al hablar de la oración afirma: “Quizás nunca ha habido una época en la que necesitáramos orar más y enseñar a nuestra familia a hacerlo. La oración es una defensa contra la tentación. Es por medio de la oración sincera y genuina que podemos recibir las bendiciones y el apoyo necesarios para seguir adelante en este a veces difícil y desafiante trayecto al que llamamos vida terrenal”.
Con ese sentido de genialidad que disfruta el mexicano, va más allá al parafrasear al Padre Nuestro a través del Padre Nuestro ecológico:
“Padre Nuestro que estás en… el bosque, en el mar, en el desierto y en la ciudad.
Santificada sea tu… creación, pletórica de desarrollo, fuerza y vida.
Venga a nosotros tu… sabiduría, para proteger y desarrollar la belleza que nos has dado, que está en la flor y el arco iris, en el agua y en la fértil madre tierra, en el cálido aliento del sol y en la fresca oscuridad del descanso.
Hágase Señor tu voluntad… para que seamos personas humanas a tu imagen y semejanza, los que asumamos el reto de mantener el proceso vital de tu creación.
Danos hoy… el verdor de cada día, en el monte, en el jardín y en la tierra que agoniza.
Perdona nuestra… irresponsabilidad, al no cuidar lo que nos has dado, como nosotros por tu amor, perdonamos a los contaminadores y les instamos con vehemencia a que abandonen su trabajo de destrucción.
No nos dejes caer en… la desertificación, que a la muerte conduce, que niega tu obra y aniquila la vida; y líbranos… del conformismo para que se transformen nuestras vidas en fuerza dinámica que reproduce la vida. Amén”.
Pero el sentido del humor del mexicano brota inmediatamente con la Oración nocturna de una mujer: “Padre, cuando está por concluir un día más de vida, alzo mi voz en oración para solicitarte llena de fe me concedas:
Un hombre, que a la vez que sea guapo, sea comprensible, intuitivo, cariñoso, varonil, comprometido y hermoso, ¡ah! y si se puede que le encante ver las telenovelas a mi lado y que no le guste el futbol.
Un hombre, que al mismo tiempo sea compositor, poeta, músico, jardinero, albañil, plomero, pintor y carpintero, que disfrute del buen sentido del humor cuando llegue mi madre a casa por unas semanas, que tenga el buen gusto de saber escucharme, que piense antes de hablar y diga la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad.
Un hombre, que disfrute la presencia de mis amigas, que no ronque, que orine sentado para que no moje el sanitario; que sea impecablemente puntual y no cometa el error de hacerme esperar, o compararme con otras viejas, que guste de realizar las tareas domésticas, que odie tener el control de la TV en sus manos, que disfrute el comprarme perfumes, zapatos, vestidos, bolsas o flores sin esperar una fecha especial.
Dame Señor, un hombre que me diga lo espectacular que estoy cuando me vea, que por lo menos tres veces por semana me saque a comer o cenar y me dé tiempo suficiente para arreglarme, ¡ah! y que no me salga con que vamos a visitar a su familia.
Padre, te pido también que tenga un buen sueldo, que sea detallista y generoso, que se alegre cuando me gaste su dinero, y me diga: ¡no te preocupes corazón que para eso trabajo!, que siempre me diga: ¡Qué delgada estás!, que me retire el asiento de la mesa y me abra la puerta del auto; que no pose su mirada en ninguna mujer, que siempre me diga lo bien que me queda el corte de pelo y la suerte que tuvo de casarse conmigo.
Padre, te rezo porque el hombre que me envíes sepa valorar la joya que en mi le pones en sus manos y además me sepa amar hasta la muerte. Amén”.
Oración del hombre mexicano antes de dormir:
“Señor, envíame una vieja dócil, sumisa, nalgona, que hable poco y bien tetona ¡Amén!”.
Por eso el Filósofo de Güémez dice: “Cuando un pela’o abre la puerta del carro a una mujer, tres cosas son seguras: 1.- El coche es nuevo; 2.- Es recién casa’o, o… 3.- ¡NO ES SU VIEJA!”
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