Nacida en 1900 en Chihuahua, Pachita es recordada como una de las chamanas más destacadas de México, cuyas prácticas curativas la llevaron a la fama en todo el país. Según relatos transmitidos al doctor Grinberg, sus habilidades como curandera fueron influenciadas por un hombre africano que la crió y enseñó en las artes de la sanación, así como por el espíritu de Cuauhtémoc, el último gobernante de Tenochtitlan, al que consideraba su «hermanito».
Desde su consultorio en la colonia Roma, Pachita atendía a decenas de enfermos cada viernes, realizando supuestas operaciones que capturaban la atención de familiares y curiosos. Armada solo con un cuchillo de cocina cuya empuñadura estaba cubierta de cinta aislante, Pachita llevaba a cabo procedimientos en los que aparentaba cortar, extirpar e incluso reemplazar órganos dañados con otros nuevos y sanos, que afirmaba haber creado ella misma.
A pesar de su gran popularidad, las prácticas de Pachita siempre fueron objeto de escrutinio científico. Se le comparaba con los curanderos filipinos conocidos como «cirujanos psíquicos», quienes también realizaban operaciones aparentemente milagrosas. Los críticos sugerían que estas prácticas eran trucos de ilusionismo, utilizando sangre almacenada y vísceras de animales para simular tumores y órganos enfermos.
Pachita falleció el 29 de abril de 1979, dejando tras de sí un legado controvertido pero indudablemente impactante en la cultura popular mexicana. Se cuenta que incluso después de su muerte, su cuerpo permaneció caliente durante 48 horas, añadiendo un misterio adicional a su figura ya enigmática. Su influencia perdura en la memoria colectiva, recordándola como una figura única en la historia de la medicina tradicional mexicana.