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¡Pa’ cocinar sus papotas!

Diluvio –el viejo cazador del ejido– llegó al tendajo de don Golpicio:

–– Me das diez cuadernos: dos de cuadro chico, dos de cuadro grande, dos de doble raya y cuatro de raya, tres bicolores, dos lápices HB, dos marca textos, una caja de colores, un juego de geometría, dos pares de tenis del número seis, etc.

Cada uno de sus pedidos iba siendo atendido con meticulosidad por el tendero del pueblo, quien después de colocar todo el pedido en dos bolsas de nylon, que portaba Diluvio, recibió un pedido final:

–– ¡Ah!, y también dame un litro de mezcal San Carlos.

Después de colocarlo en el tablón hizo las cuentas diciéndole al viejo cazador:

–– Son $2,700.

–– ¡Ahí anótamelo en la cuenta! –respondió el Diluvio al mismo tiempo que tomaba las bolsas.

–– ¡Pérate, vena’o! –respondió con esa alocución popular el viejo tendero–, si me debes $4,500 y no me haz abonado nada –y quitándole las bolsas de la mano le dijo: hasta que no me pagues, no te llevas nada.

–– Tú sabes bien, Golpicio, que estuve enfermo de la rabadilla y que durante tres meses no he podido salir de cacería, para curtir los cueros de los animales que mato, y con eso, pagarte el mandado que llevo; dame una semana y te traigo varios cueros de animales, para abonarte mi deuda.

–– Está bien –señaló Golpicio de mal modo, al mismo tiempo que le devolvía las dos bolsas de nylon.

El Diluvio tomó la mercancía y terciándosela en el espinazo se dirigió a su casa; en el camino al ejido lo sorprendió la noche, mientras él caminaba alegremente dándole algunos tragos a la botella de mezcal que llevaba en la diestra. Unos kilómetros antes de llegar al ejido, se principió a oír como concierto una aulladera de coyotes: auuuuuuu aauuuu aauuuu.

El viejo cazador escuchando los aullidos se limitó a decir:

–– ¡Jijo’s de la tiznada… si supieran que ya los tengo comprometidos!

Así éste su Filósofo de Güémez, comprometido con la cultura popular y con el buen sentido del humor, entiende que el humor amplía las posibilidades de potencializar las energías a través de las endorfinas que crea; que es una sustancia química que genera un estado de bienestar.

El viejo campesino entiende que la mayoría de la gente vive en un círculo muy restringido de sus posibilidades, sin saber que tienen reservas de vida y un potencial ilimitado en el que ni siquiera sueñan; se preocupan por darle mantenimiento a su carro, por lavar su cuerpo del sudor o del polvo del camino, por barrer su casa, pero jamás se ocupa de vigorizar y enriquecer su espíritu.

Los griegos decían: “mente sana en cuerpo sano”, así, si a través del humor, cuidas tu mente y nutres tu cuerpo, con su enriquecedor sentido, tu vida florecerá más allá de tus expectativas, pero si por el contrario, dejas que el mal humor arraigue en tí, nunca podrás alcanzar la armonía interna y espiritual.

El sentido del humor te ayuda a eliminar las nostalgias, las preocupaciones, las ansiedades, los cálculos sobre el futuro y, sobre todo, los miedos, que destrozan el mundo interior del ser humano. Para vivir la vida a plenitud deja que llegue a tu alma el humor, las personas más alegres son dinámicas y entusiastas y adoptan el paradigma positivo acerca de su mundo y cuanto hay en él.

Eso del humor, me recuerda que en la plaza de Güémez se encuentran dos compadres, que en mucho tiempo no se habían visto; se saludan y uno de ellos le pregunta al otro:

–– Compadre, ¿qué ha hecho durante todos estos años que no nos hemos visto?

–– ¡No, compadre, qué cree, fíjese que compré un rancho!

–– ¿Ah, sí, compadre? ¿Y qué siembra?

–– Po’s fíjese que sembré papas, y ¿qué cree compadre?

–– ¡Qué?

–– Po’s que salen unas, ¡como de a dos metros de grandotas!

–– ¿Y usted qué ‘ingaós ha hecho, compadre?, ¡cuénteme?

–– Po’s fíjese que yo hago unas ollas, pero ollotas ¡Como de a tres metros de grandotas!

–– ¡Ah, Chingao’s! ¿Y para qué hace esas ollotas?

–– Hay compadre po’s¡PA’ COCINAR SUS PAPOTAS!

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