El origen de la danza en México se remonta a las antiguas civilizaciones prehispánicas, como la olmeca, maya, mexica y azteca, quienes desarrollaron danzas como una forma de conexión espiritual y de expresión cultural. En estas culturas, la danza era parte integral de ceremonias religiosas, rituales de adoración y celebraciones de la naturaleza, dedicadas a deidades como Tláloc, dios de la lluvia, o Huitzilopochtli, dios de la guerra. Los movimientos, a menudo repetitivos y rítmicos, estaban acompañados por tambores, flautas y caracoles, y simbolizaban la conexión entre el hombre y el cosmos.
Con la llegada de los colonizadores españoles en el siglo XVI, la danza indígena experimentó una transformación profunda. Las autoridades eclesiásticas intentaron erradicar muchos de estos rituales, pero los pueblos indígenas lograron preservar elementos de sus danzas al fusionarlos con elementos cristianos, dando origen a las danzas mestizas. Surgieron entonces danzas como la «Danza de los Voladores,» los «Concheros» y las danzas de «Moros y Cristianos,» que mezclaban aspectos prehispánicos con símbolos cristianos.
Durante el siglo XX, el interés por rescatar y preservar las tradiciones populares mexicanas aumentó, especialmente a través del movimiento nacionalista posterior a la Revolución Mexicana. Artistas y promotores culturales trabajaron para revitalizar las danzas folclóricas y llevarlas a escenarios internacionales, consolidando géneros como el Jarabe Tapatío y la Danza de los Viejitos, que hoy en día son emblemas de la identidad cultural mexicana.
En la actualidad, la danza en México es una manifestación rica y variada que celebra su diversidad cultural y sus raíces. Desde las danzas indígenas hasta las expresiones contemporáneas, la danza sigue siendo una parte fundamental de las festividades, ceremonias y tradiciones del país, conectando a las nuevas generaciones con su historia y espiritualidad.