El 11 de noviembre se celebra el Día Mundial del Origami, una jornada dedicada a destacar y promover esta antigua forma de arte que ha cautivado a personas de todo el mundo. Para comprender mejor la historia de esta fascinante práctica, es necesario retroceder en el tiempo.
El origen del origami se remonta al antiguo China, en el siglo II antes de Cristo, con la invención del papel. Inicialmente utilizado para propósitos como la escritura y la pintura, el papel se convirtió en un medio popular para el arte. En sus primeras etapas, se empleaba para crear figuras simples, como cajas y bolsas. Sin embargo, con el tiempo, los artistas desarrollaron técnicas más complejas, dando lugar a la creación de figuras intrincadas.
El origami cruzó fronteras y llegó a Japón en el siglo VII, donde floreció y se convirtió en una forma de arte distintiva. En el siglo XVII, el origami evolucionó para convertirse en una expresión artística formal en Japón. Los artistas de origami empezaron a compartir sus conocimientos mediante la publicación de libros con instrucciones detalladas para la creación de diversas figuras de papel, democratizando así esta actividad artística.
En el siglo XX, el origami trascendió las fronteras japonesas y se extendió por todo el mundo. Los artistas de diferentes culturas aportaron nuevas técnicas y estilos, transformando el origami en un arte internacionalmente apreciado. Hoy en día, el origami es una actividad popular y relajante que puede ser disfrutada por personas de todas las edades y niveles de habilidad.
En Japón, la importancia del origami se refleja en celebraciones específicas, como el Día de los Niños, donde los infantes reciben regalos hechos con esta técnica, como barcos, espadas y animales de papel. Incluso en ceremonias tradicionales, las figuras de origami se utilizan para decorar mesas y servir té, demostrando la versatilidad y la arraigada presencia cultural de esta forma de arte.