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Cada 14 de febrero, los moteles se convierten en el epicentro de una historia digna de un reality show. Desde temprano, parejas de todos los rincones emprenden su travesía con una sola misión: encontrar una habitación libre antes de que el deseo se disuelva en la desesperación.
Porque si hay algo más complicado que encontrar el regalo perfecto para San Valentín, es hallar un cuarto disponible en esta fecha. Las filas de autos se extienden como si de un concierto gratuito en la Fenapo o el Festival San Luis en Primavera se tratara.
Dentro de los moteles, el ambiente es una mezcla de romántico y logístico. El personal se convierte en una versión acelerada de organizadores de eventos, limpian habitaciones a la velocidad de un pit stop de la F1. Apenas salen unos y ya entran otros, ni la cama alcanza a enfriarse.
Los más precavidos hicieron su reservación con días de anticipación, garantizándose no solo una habitación, sino también una decoración especial con globos en forma de corazón y luces rojas que harían sentir envidia a cualquier antro de moda. Mientras tanto, los rezagados terminan en el auto, en un cuarto genérico con olor a pino industrial o simplemente volviendo a casa con un «mejor el próximo año» en los labios.
Y así, entre risas nerviosas, excusas de «estoy aquí por error» y un gasto que bien podría haber sido para una cena de lujo, los moteles cumplen su rol como el verdadero termómetro del amor y la organización de las parejas. Porque si bien el amor es paciencia, en San Valentín también es cuestión de estrategia y un poco de suerte.
Seguiremos informando.