
El 17 de noviembre 1978 ocurrió uno de los hechos más bizarros de la historia actual de la humanidad: el suicidio colectivo de 917 personas en Jonestown, un campamento establecido en Guyana y creado por los integrantes de la Iglesia del Templo del Pueblo. Antes de conocer un poco del hecho, hablemos del hombre detrás de este macabro suceso, Jim Jones.
James Warren Jones nació el 13 de mayo de 1931 en Lynn, Indiana, Estados Unidos en una época de una profunda segregación racial y fundamentalismo cristiano representado en lo más cruel de grupos como el Ku Klux Klan.
Su padre, James Thurmond Jones, era un inmigrante galés que padecía una afección pulmonar por los gases a los que había estado expuesto en las trincheras en la I Guerra Mundial; su madre fue Lynetta Jones, una trabajadora de origen escocés que inculcó en su hijo su amor por los animales, una preocupación por los desfavorecidos y una gran imaginación.
Jones recogía animales de la calle y desde muy pequeño, en el garaje de su casa, improvisaba sermones a los perros y a los niños del barrio. Desde muy pequeño asistió a la Iglesia Evangélica Pentecostal donde quedó enamorado de la música góspel y la potencia en la voz de los pastores y predicadores. Allí, Jones desarrolló su sensibilidad por los marginados, los segregados y los pobres.
La integración racial y el socialismo se convirtieron en sus luchas y a los 20 años se afilió al Partido Comunista, algo que resultó contradictorio para su prédica evangélica. Sin embargo, Jones se las ingenió para combinar su ideología con su fe.
Cuando James tenía 30 años ya era un hombre reconocido e incluso ya había reunido distintos fieles a su causa, años más tarde comenzó a construir sus ideologías.
En 1959 tuvo a su hijo Stephan Ghandi Jones, pero después adoptó otros niños de diversas etnias y ascendencias para poder referirse a ellos como su “familia arcoiris”.
Para 1974, Jones se puso paranoico. Y con razón, su «iglesia comunista» que aceptaba a todos y todas por igual sin importar el color de la piel despertó el interés de la CIA, la agencia de inteligencia de Estados Unidos. Entonces empezó a planear la mudanza: «El líder espiritual Jim Jones dijo que quería que encontráramos un lugar lejos de todas las drogas y alcohol en Estados Unidos».
Jones encontró en Guyana el lugar ideal: un país relativamente pequeño, en la costa noroeste de América del Sur, ex colonia de Holanda y de Gran Bretaña que había conseguido su independencia en 1970; y muy cercano a Venezuela. La selva daba protección y las tierras fértiles una oportunidad.
El líder de la Iglesia Templo del Pueblo, compró entonces un predio de 140 hectáreas para fundar un nuevo proyecto socialista y sin segregación racial. Convenció a sus feligreses con un discurso apocalíptico e indicó que Estados Unidos sería arrasado con un ataque nuclear. Ya nadie estaba a salvo, excepto esa pequeña porción de tierra que había adquirido en la costa norte de América del Sur. En 1977, Jones mudó su congregación y lo siguieron mil fieles.
En 1975 esa ruta lo llevó a Guyana, una excolonia británica ubicada al lado de Venezuela, donde decidió fundar una localidad en la que se viviera el ideal forjado en el interior del Templo del Pueblo; se llamó Jonestown.
«Escogimos Guyana porque hablaban inglés y no iba a generar problemas con la inmigración de las personas que quisieran unirse al proyecto», recordó Jager Kohl.
Y todo parecía encajar: casi 900 adeptos viajaron desde California hasta Guyana. Se construyeron casas, se estableció una comunidad que muchos de quienes en ella vivieron no dudaron en describir como el paraíso. «Un paraíso socialista», había descrito Jones en muchos de los audios que se encontraron en el lugar después de la tragedia.
En octubre de 1978 las denuncias sobre abusos en Jonestown alcanzaron los oídos del representante a la Cámara por el estado de California, Leo Ryan.
Ryan decidió visitar Jonestown. «Con la inminencia de la visita, Jones comenzó a hablar en un tono fatalista y a reforzar su discurso. A tratar de traidores a las personas que intentaran irse con el congresista Ryan», dijo Johnston Kohl.
El relato en esta parte de la historia se torna turbio: de acuerdo al testimonio de los pocos sobrevivientes de aquella jornada, el 18 de noviembre el congresista Ryan concluyó su visita a Jonestown.
Antes de salir en una avioneta rumbo hacia Georgetown invitó a las personas que quisieran irse con él de regreso a Estados Unidos. Unos pocos de los miembros del Templo del Pueblo aceptaron la invitación y salieron con la comitiva que incluía a tres periodistas, pero a mitad de camino varios de ellos sacaron varias armas y comenzaron a disparar contra Ryan y los demás.
El líder mandó a reunir a todos los integrantes de la comunidad de Jonestown, reiteró que las amenazas al paraíso eran reales. Hay que hacer una revolución de «muerte».
«Por el amor a Dios, ha llegado el momento de terminar con esto», se puede escuchar en las grabaciones en estado de casi delirio.