El alcohol, aunque socialmente aceptado y ampliamente consumido, es considerado una droga debido a su potencial adictivo y los graves daños que puede causar a la salud. Su producción se da mediante un proceso natural de fermentación de frutas y vegetales o de manera artificial a través de la destilación. Según la clasificación internacional de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el consumo de alcohol es perjudicial cuando provoca daño mental o físico. No solo afecta a las personas, sino que también tiene un impacto negativo en la familia, las relaciones laborales y la sociedad en su conjunto.
Una de las características más preocupantes del consumo de alcohol es la tolerancia, que implica la necesidad de consumir mayores cantidades para obtener el mismo efecto. Otra es la dependencia, que es la imperiosa necesidad de consumir alcohol. Inicialmente, el consumo de alcohol produce euforia y desinhibición, efectos percibidos como placenteros. Sin embargo, a medida que se incrementa la ingesta, el alcohol deprime el sistema nervioso central, provocando pérdida de control y, en casos extremos, coma etílico, lo que puede llevar a situaciones de violencia o accidentes debido a la pérdida de reflejos.
El consumo excesivo de alcohol está implicado en la muerte de aproximadamente 3,3 millones de personas cada año, lo que corresponde al 6% del total de fallecimientos en el mundo. Además, es responsable del 50% de los casos de cirrosis hepática. El alcohol es una sustancia que, dependiendo de su origen, puede tener distintos grados de concentración. Las bebidas fermentadas como vinos y cervezas tienen menor contenido de alcohol que las destiladas, como el pisco, whisky y ron.
Una vez ingerido, el alcohol es metabolizado en el estómago por la enzima alcohol deshidrogenasa láctica, cuya cantidad varía entre personas y es menor en mujeres. Aproximadamente el 20% del alcohol ingerido es absorbido en el estómago, y el resto pasa al intestino delgado, desde donde se distribuye por el torrente sanguíneo hacia el hígado para su segunda metabolización. En el hígado, el alcohol se convierte en una sustancia nociva llamada acetaldehído, responsable de su toxicidad. El alcohol se distribuye por todo el cuerpo, afectando principalmente al cerebro y produciendo inicialmente inhibición y relajación. A niveles más altos, puede llevar a la depresión del sistema nervioso central, coma y muerte.
El consumo excesivo y prolongado de alcohol puede causar enfermedades crónicas como cirrosis hepática, pancreatitis, enfermedades cardíacas, demencia y varios tipos de cáncer. El daño al hígado es particularmente grave, progresando desde hígado graso hasta hepatitis alcohólica, cirrosis y cáncer de hígado. El consumo crónico también puede afectar otros órganos, provocando pancreatitis, cardiopatías, insomnio, demencia, disfunción eréctil, desnutrición y alteraciones metabólicas.
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