Conocí a Aurelio Gancedo cuando tenía 11 años y luchaba como todos los priístas de aquel tiempo (1991) por un triunfo legítimo en la contienda por la gubernatura, un triunfo que no les arrebató la democracia ni el navismo, se los quitó Carlos Salinas de Gortari.
Con toda la pasión de que un niño es capaz, gritaba consignas y defendía en la trinchera principal junto a Yolanda Eugenia González Hernández, Felipe Aurelio Torres, entonces líder de la CNC, el ingeniero José Morales Reyes, dueño del Canal 13, Rodolfo Loera, Jacinto Lárraga y muchos mas cuyos nombres escapan ahora a mi memoria.
En aquel entonces yo era aun estudiante de comunicación y trabajaba en el periódico El Heraldo. Muchos de los reporteros de la fuente política creímos por algún tiempo que Aurelio era hijo de la maestra América Wong porque siempre lo traía de la mano.
Lo cierto es que Aurelio tuvo muchas madres además de Perita Rodríguez Gamez que hizo de él un hombre decente y trabajador.
Creció y se convirtió en abogado. A todos nos sorprendía su inteligencia, su claridad de pensamiento, su habilidad para el debate, pero sobre todo, su capacidad para separar las diferencias políticas coyunturales de la amistad verdadera.
Aurelio tenía algo especial que le hacía ganarse el afecto de todos, incluso de sus mas férreos críticos; fue así como el gobernador, Gonzalo Martínez Corbalá, lo arropó al enterarse de su fiera lucha en defensa del triunfo de Fausto Zapata que terminó yéndose del gobierno 14 días después de tomar posesión.
El niño güerito, el gordito del PRI, tenía derecho de picaporte con el gobernador Corbalá. Vinieron enseguida los tiempos turbulentos para la política, los poderes fácticos, que tanto daño le han hecho a San Luis, tuvieron su oportunidad gracias a Carlos Salinas.
Aurelio probó por primera vez la miel amarga cuando llegó al gobierno Horacio Sánchez Unzueta. Horacio hizo todo para destruir al partido. No sabía aún que el PRI le haría realidad su proyecto transexenal para imponer tres gobernadores mas: Fernando Silva Nieto, Fernando Toranzo y Juan Manuel Carreras. “el amo de las coyunturas” se autodefine.
Era la década de los 90, Yolanda Eugenia González Hernandez se fue a dirigir al PRI, Horacio le quitó todo el apoyo. Ante la falta de pago, al partido le cortaron la luz y era común ver a la dirigente hablando por teléfono desde un aparato de esos que entonces operaban en la vía pública y que se alimentaban con monedas.
Aurelio aguantó estoico junto a Yolanda. Vinieron luego años de formación académica para él y cuando menos se pensó, ya era dirigente del partido en el Estado.
Con argumentos combatió a las mafias del PRI y cuando en los periódicos propiedad de la familia Valladares (Pulso y San Luis Hoy) quisieron enlodar su nombre, se fajó y encaró a sus difamadores. A él le debemos muchas cosas que cambiaron en los medios de comunicación.
Si los priístas creyeron que con Horacio vivieron el peor tiempo de crisis, con Fernando Toranzo enfrentaron la miseria humana del gobernador mas corrupto que ha tenido San Luis Potosí.
Aurelio soportó las agresiones, amenazas, insultos y bajezas del doctor porque, decía, la gubernatura lo vale. El joven hizo todo lo necesario y el PRI logró ganarle la gubernatura al PAN, aunque, hay que decirlo, Alejandro Zapata, hizo todo para perder.
Aurelio ocupó un cargo en la SEDESORE por corto tiempo porque luego se sumó al equipo de Victoria Labastida que había ganado la presidencia municipal de la capital en el 2009, contra todos los pronósticos. El triunfo a la postre le costó muy caro porque en automático los votos la colocaban en el arrancadero para la gubernatura, aun distante en aquel momento.
Victoria fue víctima de los hostigamientos de Toranzo desde el primer día. Con ella Aurelio vivió los peores momentos de persecución política, de hostigamiento psicológico y económico. Ganaron en tribunales la batalla pero les hicieron mucho daño
Arropado por Jesús Murillo Karam, Procurador General de la República en los albores del gobierno de Enrique Peña Nieto, Aurelio ocupó el cargo de Director de Bienes Asegurados pero tuvo que dejar la posición cuando Murillo debió renunciar obligado por la presión social en que se convirtió la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, Guerrero.
Aurelio era brillante, buen compañero, extraordinario conversador, analista, solidario, leal. La extrema crueldad con la que fue asesinado merece un ¡Ya Basta! de la clase política agazapada por conveniencia y comodidad desde hace tiempo.
La Fiscalía y la policía sabían desde la mañana del 22 de enero que había sido asesinado y prefirieron abrir el paso a las especulaciones. Pero la realidad superó cualquier noticia de su muerte porque nadie aun puede creer el cruel final de su vida.
Nadie merece morir así. El coraje y la impotencia se apoderan de los potosinos. Vamos ver si alcanza para decirle a las autoridades ¡Ya basta!
Basta de impunidad, de complicidad, de modorra política, de dignidad personal. Basta de negligencia y de ineficiencia.
La última vez que vi a Aurelio, el 14 de enero, estaba desayunando en el restaurante Faz con Elías Pesina, Yolanda Cepeda y Héctor Covarrubias. Lo abracé y lo apapaché a rabiar porque siempre lo quise, porque también aguantó conmigo la persecución política que viví a manos del gobernador Toranzo.
Mi “niño ganso” ha trascendido, pero nos deja enseñanzas extraordinarias para aquellos que aun creemos en la lealtad, en la amistad sin regateos, sin condiciones, sin juicios ni prejuicios.
Cómo olvidar esos desayunos con Adriana Ochoa, con Alvaro Candia que más que amigos parecían padre e hijo. Con Emigdio Ilizaliturri, con Rocío Morales, siempre fieles a la amistad.
Te vamos a extrañar Aurelio pero buscaremos justicia con la misma fuerza con la que tú nos acompañaste en los buenos, pero sobre todo, en los momentos difíciles. Lo que nos deja tu partida es para muchos el llamado a recuperar la paz en la que todos merecemos vivir.
Perita, Yolanda, las abrazo con amor.
Hasta la eternidad amigo querido.