La Leyenda de las Gatas Carey nos transporta a un tiempo en el que el Sol deseaba experimentar la vida en la Tierra. Según la historia, el astro rey, para no ser extrañado por los humanos, pidió ayuda a la Luna. Ella accedió a cubrir su ausencia, ocupando lentamente su lugar en el cielo. Aprovechando esta oportunidad, el Sol tomó forma de una gata negra, un animal que le permitía pasar desapercibido.
Durante su tiempo en la Tierra, el Sol disfrutó de la vida intensamente. Sin embargo, la Luna, cansada de esperar su regreso, decidió retirarse. En su apresurada salida del cuerpo de la gata negra, el Sol dejó atrás miles de rayos dorados y luminosos que quedaron atrapados en su piel. Desde entonces, los descendientes de aquella gata negra han heredado esos destellos de luz, convirtiéndose en gatas carey, que llevan consigo la esencia del Sol.
Las gatas carey no solo son un símbolo de la conexión entre lo divino y lo terrenal, sino que también se consideran portadoras de buena suerte y energías positivas. En la tradición japonesa, se creía que llevar una gata carey a bordo de un barco ahuyentaba los malos espíritus y protegía a los marineros de peligros como tormentas. Asimismo, en la cultura celta, tener una gata carey en el hogar se asociaba con la buena fortuna.
Cada gata carey es única, y su pelaje puede variar notablemente, a veces mostrando su dualidad en la división de sus caras. Esta peculiaridad resalta su naturaleza especial, reflejando tanto su esencia gatuna como la divina. Así, la leyenda de las gatas carey nos recuerda la rica interconexión entre la naturaleza y el mundo espiritual, infundiendo un sentido de magia y protección en quienes tienen la suerte de cruzarse con ellas.
