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La inherente creación del trauma en la niñez

Por Estefanía López

La infancia es el terreno donde se siembran las bases de nuestra identidad emocional. Es una etapa marcada por la vulnerabilidad, la dependencia y una percepción del mundo profundamente influenciada por las figuras adultas. Desde la psicología, se ha comprendido que el trauma no siempre nace de eventos extremos o “grandes tragedias”, sino muchas veces de experiencias repetidas, sutiles o incomprendidas que dejan marcas invisibles en la mente en desarrollo.

El trauma infantil puede definirse como una respuesta emocional persistente frente a una experiencia que el niño no tiene recursos para procesar o entender. No se trata solo del “qué ocurrió”, sino del “cómo se sintió”. Un niño puede traumatizarse tanto por una experiencia de abandono real como por una sensación persistente de no ser visto, escuchado o comprendido.

El cerebro infantil es altamente plástico, pero también extremadamente sensible. Las experiencias tempranas moldean no solo nuestras emociones, sino nuestras conexiones neuronales. Cuando el niño crece en un entorno caótico, impredecible o emocionalmente frío, el sistema nervioso se adapta para sobrevivir: se activa en exceso (hipervigilancia) o se apaga (desconexión emocional). Estas adaptaciones, aunque funcionales en la infancia, pueden volverse patrones disfuncionales en la adultez.

Un concepto fundamental es el de “microtraumas”, experiencias aparentemente pequeñas pero constantes: invalidaciones, burlas, exigencias excesivas, silencios prolongados. Para un niño, cuya seguridad emocional depende completamente del vínculo con sus cuidadores, estas vivencias pueden ser profundamente impactantes. Es aquí donde la psicología nos invita a dejar de medir el trauma por su intensidad externa y comenzar a escucharlo desde la vivencia interna.

Otra dimensión clave es la falta de acompañamiento emocional. El trauma no solo es lo que ocurrió, sino lo que ocurrió sin consuelo. Un niño que atraviesa una situación difícil y no recibe contención o ayuda para ponerle palabras a lo que siente, queda solo con un dolor que muchas veces no logra nombrar, pero que se manifiesta luego como ansiedad, miedo al rechazo, necesidad constante de validación o desconexión emocional.

Comprender la creación del trauma en la infancia no es un ejercicio para buscar culpables, sino para generar conciencia. Muchos adultos están hoy cargando heridas que no entienden del todo, pero que condicionan sus relaciones, su autoestima y su forma de vivir. La psicología contemporánea propone una mirada compasiva: entender que todos llevamos una parte de nuestro niño interno herido, y que sanar es, en parte, volver a escucharlo.

Educar desde la empatía, validar las emociones infantiles, ofrecer espacios seguros y permitir que los niños expresen lo que sienten sin temor al juicio, es una forma poderosa de prevención. Porque, al final, lo que sana no es evitar el trauma, sino tener con quién atravesarlo.

 

Estefanía López Paulín
Contacto: psc.estefanialopez@outlook.com
Número: 4881154435

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