Celebrar el Día de la Madre no es solo una forma alegre de mostrar aprecio a quien te ama incondicionalmente; tiene importantes beneficios psicológicos también. Su importancia recae en el impacto psicológico de nuestro vínculo con las figuras maternales en nuestra vida. Ya sea tu mamá, tu abuela, tu tía, maestra o amiga, las mujeres en nuestras vidas nos configuran y nos definen de maneras grandes y pequeñas.
La figura materna es aquella persona que desempeña dichas funciones en la vida de los bebés y que por lo tanto manifiesta el deseo de brindarles cuidados físicos y emocionales a los infantes. Generalmente son quienes dan estímulos positivos al infante, esto último tiene que ver con el tono de voz dulce y suave, las sonrisas, caricias, abrazos, y la mirada constante a los ojos del otro.
Al principio, la función materna consiste en brindarle al bebé amparo, sostén, protección, resguardarlo de peligros y cubrir sus necesidades. Conforme el niño crece “emocionalmente” empieza a descubrir sus propias necesidades. En esta etapa la figura materna es crucial pues le permite explorar su entorno de forma segura.
Nuestra capacidad para conectarnos con el mundo que nos rodea comienza con nuestra conexión con nuestra figura materna. En la década de 1950, los psicólogos estudiaron el impacto de la conexión entre la madre y el niño: determinaron que la capacidad de las personas para formar vínculos duraderos depende de esta relación inicial. Los niños que fueron amados, criados, alentados y pasaron sus años de formación en un entorno seguro se convirtieron en adultos sanos, bien adaptados y seguros.
A la inversa, los bebés que pasaron sus años formativos en un ambiente de alto estrés, inseguros de que sus necesidades serían satisfechas, se convirtieron en adultos ansiosos que tenían dificultades para desarrollar vínculos significativos. Esta condición puede superarse con terapia o estabilización del entorno.
Aunque esa conexión inicial con nuestra madre biológica es una parte importante, nuestra capacidad de relacionarnos se extiende más allá del nacimiento e incluye también a los tutores y padres adoptivos. Los niños con apego a sus cuidadores también desarrollan las herramientas que necesitan para convertirse en adultos bien adaptados.
Las figuras maternales suelen ser las que nos enseñan durante nuestra etapa inicial. Su importancia recae en las lecciones de lenguaje que más adelante nos permiten comunicarnos; en los regaños que indirectamente nos capacitan para ser diplomáticos y justos; y en el cariño y aliento que nos permite mirar más allá de nosotros mismos, hacia el mundo que nos rodea.
Capacidades básicas como tomar una cuchara (motricidad fina) o como leer (capacidad cognitiva) se desarrollan como resultado de sus atenciones. Son nuestras figuras maternas las que nos dan la fuerza y el coraje para abrazar nuestro futuro y dejar nuestra propia marca en el universo.
La presencia de una figura maternal es determinante en el desarrollo individual. Celebrando el Día de las Madres reconocemos a la persona que nos formó, lo que no solo es un reforzamiento positivo para ella, sino que ayuda a mejorar la unidad familiar. La celebración del Día de la Madre nos permite reflexionar sobre quiénes queremos ser como hijos y cómo agradecer a la persona que nos crió.
Estefanía López Paulín
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