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La ebriedad, clave civilizatoria

Nadie podría negar la sensatez de los antiguos persas, pues cuando debían tomar una decisión política crucial, la debatían dos veces: una sobrios y otra borrachos. Si en ambas discusiones se imponía la misma conclusión, la ejecutaban. Los antiguos germanos transitaban una vía similar. Según el historiador romano Tácito, los germanos tomaban todas sus decisiones políticas procurando un estado de intoxicación alcohólica, y para ello tenían un gran pretexto: la borrachera los volvía honestos. Al respecto, el escritor británico Mark Forsyth, autor de Una breve historia de la borrachera (Paidós, 2019), tiene una consideración que quizá tenga el mayor sentido del mundo: “Si el alcohol nos hace decir la verdad y si la política está plagada de mentiras y mentirosos, ¿no tendría sentido atiborrarlos de alcohol, el padre de la verdad?”.

Este libro es un repaso acerca de cómo casi todas las culturas que han pisado el planeta han tenido en el trago uno de sus pilares civilizatorios.

Es claro, dice Forsyth, que prácticamente todas ellas han bebido, y han esgrimido como un motivo de sus borracheras la conexión espiritual, la evasión o, de plano, la franca diversión. Lo que no resulta tan diáfano es por qué los seres humanos beben. Pues bien, aquí el lector conocerá las formas en que cada pueblo asumió su relación con la borrachera.

Repleto de referencias al consumo alcohólico, este trayecto histórico arroja una primera conclusión y tiene que ver con una peculiar construcción llamada Göbekli Tepe, en Turquía. Y es curiosa porque ahí no vivió nadie. Data de casi 11 mil años antes de Cristo, es decir, antes de que la humanidad se estableciera en la agricultura. Los constructores fueron, pues, nómadas. ¿Pero por qué erigieron este templo sin techo, pero con grandes tinajas de piedra en las que se hallaron restos de alcohol?

Al parecer ya había algún tipo de cerveza incluso antes de que hubiera agricultura y templos, y eso nos conduce, dice Forsyth, a la gran teoría del arranque civilizatorio: “no comenzamos a cultivar porque quisiéramos comida”, de eso había mucho en los caminos, “comenzamos a cultivar porque queríamos alcohol”. Y así, alrededor de nueve mil años a.C., “inventamos la agricultura porque queríamos emborracharnos regularmente”. La necesidad de trago, pues, nos incitó a quedarnos en un solo lugar.

Forsyth se centra en algunas culturas, como los antiguos egipcios, para quienes la bebida significaba  sexo y el sexo significaba beber. Y ambos se mezclaban con música. O los griegos, que tenían de su lado a Dionisio, su dios del trago, y a quien no le gustaban los abstemios. Y también tenían a Platón, quien pensaba que “si podías confiar en un colega cuando estaba borracho, podías confiar en él todo el tiempo”. Y, claro, los romanos, que desconfiaban de los griegos, pero convirtieron a Dionisio en Baco, y prohibieron durante mucho tiempo el alcohol, pero terminaron aceptándolo, sobre todo, como símbolo de estatus: mejor vino, mejor persona, es decir, más acaudalada.

Están, desde luego, los chinos, quienes pensaban que el licor “era agradable, pero también peligroso, y probablemente debería ser ilegal”. Asimismo, hay un capítulo dedicado a una cita más clara de la permisividad cristiana en cuanto al consumo alcohólico: el milagro de la conversión del agua en vino durante las bodas de Caná: ¡120 galones! Y no sólo eso: también está el hecho de que el propio Jesús bebe y ordena a sus fieles que beban.

También están los aztecas, que tenían el pulque “estrictamente” prohibido y también una hermosa leyenda: Mayahuel, diosa del maguey, se casó con Patécatl, “dios de la raíz del pulque”. Luego ella dio a luz a 400 conejitos: los Centzon Totochtin. ¿Por qué relacionar los conejos con la ebriedad? Quizá porque son licenciosos o insensatos, o quizá “sólo porque son bonitos”.

Por aquí desfilan los vikingos, los sirios, los sumerios y hasta los australianos. Todo un pequeño compendio de una tradición que, por lo menos en México, que es nuestro caso conocido, posee una gran variedad de frases que sintetizan nuestro gusto por embriagarnos. Una de ellas, mi favorita, es: “¿Qué chiste le hallas a andar en tu juicio?”.

MUNICIPIO SOLEDAD GRACIANO SANCHEZ
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