Este domingo da comienzo el Mundial más singular. Es el primero que se disputa en un Estado árabe; es también el primero que se celebra en invierno -una decisión obligada por las sofocantes temperaturas en verano, cercanas a los 50 grados-; y es asimismo el primero en el que las sedes están tan cerca unas de otras, en el centro o en el extrarradio de Doha, lo que facilita los movimientos de los aficionados para acercarse a los estadios -ocho sedes a golpe de metro-. Quizás hasta ahora han sido precisamente los seguidores los grandes olvidados de una competición que sería imposible sin ellos.
Solo hace falta remontarse a la última Eurocopa, la de la pandemia, para entender lo que es el fútbol con las gradas desiertas o semi vacías. Han llegado a la capital con cuentagotas, pero desde la tarde de este sábado ya han reivindicado su protagonismo en las calles de la ciudad y en la gigantesca Fan Zone.
Tras el aperitivo de este domingo, con la ceremonia inaugural incluida, Qatar será escenario desde el lunes de un vertiginoso carrusel de partidos, hasta cuatro al día, que determinará si el vanguardismo de los estadios no está reñido con la fiabilidad y que examinará la fluidez de los desplazamientos de los hinchas tanto al inicio como al final de los duelos.
La concentración de las sedes en unos pocos kilómetros incrementa las posibilidades de ver bastantes encuentros, pero también pone a prueba la capacidad de la organización para conseguir que el flujo de aficionados sea fluido a pesar de la masificación.
La capital qatarí se convertirá en un hervidero de seguidores de las 32 selecciones clasificadas aunque las fechas no sean las más idóneas y los precios del viaje y la estancia sean muy caros. El Catar-Ecuador servirá también para comprobar hasta qué punto viven el fútbol los hinchas locales.
Brasil, Argentina y Francia son las selecciones más repetidas en las quinielas de favoritos.
La Copa del Mundo qatarí siempre ha estado bajo sospecha, una percepción que se acrecentó cuando tiempo después de apostar por el emirato se conocieron las oscuras redes de corrupción que habían frecuentado sus principales dirigentes por aquel entonces, Joseph Blatter y Michel Platini.
Se habló de compra de votos, de un desembolso económico de vértigo de las autoridades de Qatar para poner al día las opacas cuentas de la FIFA a cambio de la designación. Lo cierto es que recientemente el exdirigente suizo reconoció que se había equivocado al decantarse por la nación árabe y cargó las tintas contra el exjugador francés.
El error, puntualizó, no obedecía tanto a los principios éticos o morales, los más cuestionados por los detractores de la polémica concesión, sino a que en su opinión Qatar no reúne las condiciones exigidas para albergar un espectáculo de semejante magnitud.
Con el cronómetro ya en marcha, en las últimas horas ha vuelto a salir a la luz un supuesto intento de soborno a Ecuador para que se deje ganar este domingo. La polémica sacude una y otra vez a este Mundial, siempre bajo sospecha.
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