En un intento tal vez por diferenciarse de sus propios progenitores, los padres de hoy en día se preocupan porque a sus hijos no les falte amor, tiempo compartido de calidad, atención a sus necesidades emocionales y protagonizan un tipo de crianza que, tal vez, termina dejando a los chicos indefensos ante ciertos desafíos de la vida, o faltos de autonomía en algunas cuestiones.
El pediatra y psiquiatra Juan Pablo Mouesca explicó que “los límites y la disciplina son parte de las demandas emocionales, para crecer adecuadamente se necesitan dos funciones, que cumplen por un lado la función que antes se llamaba materna, que tiene que ver con la nutrición, el sostén, el cariño, el afecto, y una función normativa, que es ordenadora, dar espacio, poner límites, etc.
Las dos funciones son necesarias, se complementan mutuamente y no se excluyen, cuando hay sobreprotección no hay normativa, y cuando hay exceso de norma, no hay función adecuada de sostén. Y cuando cae una cae la otra y puede caerse para un extremo o para el otro”.
Los límites brindan contención y seguridad para aprender a moverse en el mundo; no tienen que ver con castigos o solamente decir ‘no’, sino que tienen que ver con enseñarles el mundo de las normas, las consecuencias de no cumplirlas, el respeto por el prójimo. Las rutinas, la colaboración en las casas, ciertas condiciones y reglas de cada hogar son maneras de poner límites, no tienen que ver con gritar y castigar.
En la actualidad los chicos no se saben manejar en la calle, no desarrollan las conductas automáticas de autocuidado, y esto les impide la posibilidad de autonomía y la capacidad de valerse, esa exageración de protección busca evitar el contacto con lo peligroso, y a veces el contacto con lo peligroso tiene que ser ajustado a la edad, progresivo, pero no negado.
Existe un síndrome, que está descrito en los libros de Pediatría y se llama “el síndrome del niño vulnerable”, se trata de chicos que han sufrido situaciones de riesgo de vida y que, de manera compensatoria, los padres los tratan siempre como si fueran chicos muy frágiles y a los cuales hay que cuidar en exceso habiendo ya pasado la situación de riesgo.
Esto, que es un extremo, podría usarse para definir qué es sobreprotección, partiendo de la base de que dependiendo de las capacidades de cada chico hay que ayudarlo a que vaya pudiendo hacer cosas solo y, en este sentido, es tan malo pedirles que hagan algo que ellos no pueden hacer, como hacerles algo que sí pueden hacer.
Dice Donald Winnicott, un pediatra y psicoanalista que realizó importantes contribuciones al entendimiento del vínculo madre-hijo: “Una madre o un padre suficientemente buenos no son excelentes, ni perfectos. Son acordes, están atentos, y fallan, y eso es parte de lo que tenemos que aceptar”.
Estefanía López Paulín
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