En las costas de la costa atlántica, desde Maine hasta el golfo de México, miles de conchas marrones oscurecen la arena mientras enjambres de cangrejos herradura salpican la zona intermareal para poner sus huevos. Este fenómeno, tan antiguo como la vida misma, nos recuerda la persistencia y la grandeza de la naturaleza.
Los cangrejos herradura, conocidos como «fósiles vivientes», han dominado los mares desde el Ordovícico, hace entre 488 y 443 millones de años. Aunque su aspecto apenas ha cambiado a lo largo de milenios, su ADN ha evolucionado, adaptándose a múltiples ciclos de cambio. Estos inusuales artrópodos, que comparten más similitudes con arañas y escorpiones que con cangrejos, han sobrevivido a extinciones masivas y glaciaciones, floreciendo donde otros seres marinos perecieron.
Pero los cangrejos herradura no están solos en esta categoría de «fósiles vivientes». El tuátara, endémico de algunas islas de Nueva Zelanda, se asemeja a un lagarto prehistórico con un tercer ojo en medio de la cabeza y dos filas de dientes en la parte superior. Aunque su aspecto apenas ha cambiado en 190 millones de años, su supervivencia se ha mantenido gracias a su adaptabilidad y resistencia.
Los nautilos, moluscos marinos legendarios con su concha multicameral y mirada aguda, flotan en las profundidades del océano, escapando de la vista humana. Estos misteriosos seres, que aparecieron en el registro fósil hace 500 millones de años, han resistido el paso del tiempo con su capacidad para sobrevivir en ambientes hostiles y su extraordinaria longevidad.
El celacanto, un pez escurridizo con forma de torpedo, apareció en los registros fósiles desde el Devónico temprano hasta el Cretácico tardío. Considerado extinto junto con los dinosaurios, fue redescubierto en la década de 1930 frente a las costas de Sudáfrica. Este «fósil viviente» desafió nuestras nociones de evolución y continúa siendo objeto de estudio para comprender la historia de la vida en la Tierra.
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