
Quizá los límites no se fijaron para ser rebasados, pero definitivamente nos invitan a preguntarnos qué pasaría si lo hiciéramos. Parece que lo prohibido incrementa en automático los niveles de adrenalina en la sangre. Que la mera idea de transgredir una regla se convierte en una experiencia satisfactoria.
Yo crecí en la época en la que las cajetillas de cigarros ya traían la leyenda precautoria sobre los riesgos del tabaco. Aún así, cuando llegué a la universidad todos mis conocidos fumaban. Recuerdo perfecto el día que le di mi primer jalón a un cigarrillo. Habría tenido unos once años y alguno de mis padres dejó uno encendido en el cenicero, mientras atendía otro asunto. Como un criminal que está a punto de cometer su más grande delito, lo tomé, me lo llevé a la boca, inhalé, aspiré y exhalé. No tosí, ni me intoxiqué. No me dio el llamado “golpe”, aunque tampoco me gustó. Sentí la gloria de haberme atrevido.
En materia de relaciones, durante mi juventud, el peor pecado que se podía cometer era buscar a la pareja de un amigo, aun después de terminada la relación. Existía una especie de código no hablado, un pacto de caballeros, cuya violación era concebida como la peor de las deshonras. Y por más que uno estuviera enamorado de alguna, era el cigarro que nadie osaba probar.

No obstante, con los años relajé mi postura. En principio porque descubrí la fragilidad de la amistad y que las traiciones llegaban en otras modalidades. También encontré que, paradójicamente, a los verdaderos amigos les importa muy poco nuestro accionar. Su cariño y lealtad son verdaderamente incondicionales.
Por su parte, la química tiene un comportamiento inesperado. Puede surgir en cualquier momento, en cualquier lugar y con cualquier persona. La atracción física, los gustos en común y todas aquellas cualidades que hacen que dos personas sientan un deseo compartido por estar juntas no discriminan a sus víctimas, incluyendo a la ex de un buen amigo. La pregunta es, ¿qué hacer en esos casos?
Para empezar, solo existen dos opciones: proceder o retirarse. Esto se determinará una vez que se hayan evaluado todos los escenarios. A diferencia de otros idilios en los que la razón sosiega al corazón, en este escenario puntual, el intelecto es de mucha utilidad. No hay nada como dejar que se enfríe un deseo para evaluar qué tan real es. Por eso, encuentro inminente descartar por completo que el interés sea detonado por la prohibición. De ser así, yo recomendaría la retirada. Son muchas las posibles pérdidas para cometer una rebeldía propia de otra edad.
En el supuesto de que los sentimientos sean genuinos, sigue analizar si son recíprocos. Cuando dos personas se gustan no hay dudas. La fuerza que los une es una muy poderosa. Los mensajes y llamadas son frecuentes y bipartitas, aparece un deseo por encontrarse, por realizar actividades o proyectos juntos y, sobre todo, las cosas fluyen. Sin embargo, aun siendo poseedores de pruebas, es forzoso preguntarlo.
Por eso, se tiene que hablar con todos los involucrados. En primer lugar está ella. Aquí, olvidemos los juegos y otras herramientas de cortejo. Uno tiene que expresarse de forma honesta y sin rodeos. Preguntarle qué quiere y actuar conforme a su voluntad. Si la chica en cuestión está en nuestra misma sintonía emocional, entonces sigue hablar con el amigo. Pero, a él ya no se le va a pedir su opinión ni consentimiento. Está por demás aclarar que dentro de la estimación de los riesgos que subyacen en la misión, el principal es que se fracture la amistad. Por lo tanto, si se está dispuesto a salir con su exnovia, es evidente asumir la eventualidad de perder esa relación. Unas por otras.
Cuando somos pequeños nuestros padres nos enseñan a desarrollar el juicio moral diciéndonos: “No le hagas a otros lo que no te gustaría que te hicieran a ti” En esta situación la lección aplica igual.
En lo personal no tengo problema alguno con que cualquiera de mis amigos se involucre con una ex, aunque no me haya pasado como tal. La experiencia más cercana que he vivido ocurrió cuando mi mejor amigo trató de liarse una noche con la chica con la que yo salía. Ella lo frenó y después él me lo confesó. La verdad encontré el asunto muy cómico y nunca me ofendí, pero aprendí de lo que él era capaz. Hoy soy padrino de su hijo y de ella no volví a saber nada. Tan amigos como siempre.