El ejercicio físico estructurado y adaptado ha demostrado ser un factor clave en el tratamiento del cáncer, al mejorar la calidad de vida y aumentar la supervivencia de los pacientes. Durante años se recomendó una actividad moderada como caminar diariamente, pero investigaciones recientes han destacado que ejercicios más intensos y personalizados pueden ofrecer mayores beneficios.
Los especialistas recomiendan combinar ejercicios aeróbicos, de fuerza, flexibilidad y equilibrio para obtener un impacto positivo integral. La actividad aeróbica, como caminar, nadar o andar en bicicleta, mejora la capacidad cardiorrespiratoria y reduce la fatiga. Por otro lado, el fortalecimiento muscular con pesas o bandas elásticas ayuda a contrarrestar la pérdida de masa muscular, un efecto común de los tratamientos oncológicos. Además, los ejercicios de flexibilidad y equilibrio pueden prevenir caídas y mejorar la movilidad de los pacientes.
Un estudio publicado en el British Journal of Sports Medicine reveló que una buena condición física y fuerza muscular pueden reducir hasta en un 46% el riesgo de muerte prematura en personas con cáncer. Estos hallazgos refuerzan la importancia de incluir el ejercicio dentro del tratamiento oncológico, ya que no solo disminuye la fatiga y fortalece el sistema inmunológico, sino que también contribuye a reducir la probabilidad de recaídas.
Los expertos coinciden en que la actividad física debe adaptarse a cada paciente según su estado de salud y etapa del tratamiento. Sin embargo, su incorporación en la rutina diaria puede marcar una diferencia significativa en la recuperación y en la esperanza de vida de quienes enfrentan esta enfermedad.
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