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¿Dónde están los vivos?

“Ipsa senectus morbus est”, -Terencio

(La propia vejez es una enfermedad)

Entre 1959 y 1964, una serie de televisión captaba el interés de un gran público, tanto en los Estados Unidos de Norteamérica, como en México y gran parte del resto del mundo, su nombre original en inglés era “The Twilight Zone”, pero en español la seguimos conociendo como “La dimensión desconocida”. Esta serie se desenvolvía entre el terror, la ciencia ficción y la fantasía, y cada semana esperábamos con ansiedad que apareciera el nuevo capítulo, porque sabíamos que, como siempre, tendría un final sorprendente e inesperado. Si hoy en día Rod Serling, el escritor, director y presentador de la serie, supiera lo que sucede en una pequeña isla de Japón, con toda seguridad viajaría hasta ese lugar y tal vez filmaría alguno de sus programas, pues lo que allí sucede supera muchos relatos de ficción y causa la admiración de quienes visitan el sitio en donde se entretejen oscuras leyendas y fantasías.

Nagoro es una aldea situada en el valle de Iya de la isla Shikoku, prefectura de Tokushima, ubicada a 563 kilómetros al sudoeste de Tokio, y que cuenta con una población compuesta por 27 seres humanos que la habitan y más de 350 muñecos de trapo de tamaño natural. La mayoría de ellos representan niños que vinieron a traer “vida” a un pueblo fantasma en donde los humanos que lo habitan son todos unos ancianos, pues en ese poblado no hay niños ni jóvenes, tan sólo recuerdos de quienes allí nacieron, crecieron, fueron a la escuela y un buen día emigraron a Tokio, a Yokohama y a otras importante y grandes ciudades industrializadas del Imperio del Sol Naciente.

Hace 16 años regresó al pueblo la artista plástica Tsukimi Ayano, quien había emigrado a estudiar, primero, y posteriormente a trabajar en una de las grandes ciudades, pero ante la necesidad de cuidar a su padre, un hombre anciano que ya batallaba para poderse procurar lo básico, y, por supuesto, trabajar el pequeño huerto familiar. La artista se encontró la desolación absoluta: casas abandonadas, comercios desiertos y escuelas cerradas, así como calles desiertas en donde tan sólo se podían encontrar algunas aves y animales que transitaban por los sitios en donde anteriormente lo hacía la gente. Fue entonces cuando recorrió la aldea y puntos cercanos, encontrando que tan sólo seguían allí 27 habitantes, en un lugar en done la población anteriormente había rondado los 500 pobladores.

Un día se percató que los pájaros dañaban el pequeño huerto y elaboró un “kasaki”; es decir, un espantapájaros, y lo vistió con ropa de su padre. A los pocos días un habitante de la aldea paso cerca de la casa y confundió al espantapájaros con el señor Ayano, levantó la mano, lo saludó y dijo hola, fue entonces cuando Tsukimi comprendió que la soledad no sólo envolvía a su padre y su casa, sino que el pueblo entero tenía la necesidad de encontrarse con otra gente y saludarla, aunque fuera a la distancia. A partir de ese momento se dio al trabajo de construir muñecos de trapo de tamaño natural y colocarlos en diferentes lugares de la aldea, de tal forma que pareciera ser que la vida había vuelto, poco a poco, y así los ancianos del pueblo tuvieran un poco de compañía y no se perdieran en los caminos de la nostalgia y el abandono.

El primer lugar que “repobló” fue la escuela de la comunidad, elaborando muñecos de estudiantes y maestros para ocupar las aulas y la cancha deportiva. Esto implicó, también, que la escuela fuera arreglada para recibir a sus nuevos alumnos y docentes. El gimnasio de la escuela hoy ha vuelto a la vida gracias a los muñecos que, distribuidos estratégicamente y vestidos con kimonos, simulan el baile del festival del curso escolar.

Habiendo sido Nagoro una aldea de campesinos, la siguiente etapa fue elaborar muñecos que simularan a trabajadores agrícolas, pescadores, leñadores y todo tipo de trabajadores que alguna vez habían poblado la aldea. Estos fueron colocados en los pequeños huertos familiares de las casas que continúan habitadas, así como en las abandonadas, igualmente a las orillas de los caminos y junto al río y la presa en donde simulan pescar. La pequeña tienda del poblado ha vuelto a tener un dependiente y clientela que simula seleccionar arroz, verduras y frutas que colocan en sus canastas, y en la vidriera aparecen los precios de los productos. La peluquería tiene clientes que esperan a que el barbero termine de atender a un muñeco y, en el consultorio médico, un doctor yuna enfermera atienden a aquellos muñecos que han enfermado.

A raíz de haberse publicado la historia de Nagoro y sus muñecos habitantes, la gente volteó la vista al poblado y comenzaron a llegar visitas de las aldeas y pueblos cercanos. Así,  posteriormente, se ha ido convirtiendo gradualmente en un sitio de peregrinación para habitantes de las grandes ciudades y turistas internacionales. Nagoro no es un pueblo fantasma, es un poblado con habitantes vivos y habitantes de trapo, que desarrollan su vida de una manera especial; es un pueblo en donde el más viejo de sus pobladores, un hombre de más de 90 años y padre de Ayano, la madre de los muñecos, acude al karaoke en donde la mayor parte de los espectadores son muñecos; es el lugar donde Shinobu Ogura se ha sumado a la tarea de traer vida al proyecto de Tsukimi Ayano, una mujer de 70 años que se decidió a repoblar el lugar en donde nació y en donde están sepultados sus ancestros.

Japón es el país en donde existe la población más longeva del mundo y uno en donde los índices de nacimiento son de los más bajos. Es también la tercera economía mundial y una de las más industrializadas, lo que ha ocasionado una creciente emigración a las grandes ciudades modernas como Tokio, Yokohama u Osaka. Esto ha originado que pequeños poblados y aldeas vayan siendo abandonadas gradualmente, pero no todas tienen la fortuna de ser repobladas por muñecos, que para algunos son algo tétrico, para otros algo divertido y para otros un sueño.

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