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¿Cuál es la diferencia entre el color Naranja y el Rojo?

La diferencia es la muerte.
Nos hemos acostumbrado en estos meses a ver la muerte como algo tan normal, que ya no sabemos si es producto de la inseguridad o del Covid.

Es más, ya no parece importarnos, olvidamos que primero fue un lamento lejano: supimos del conocido de un conocido a quien la muerte le sorprendió. Después al conocido alguien cercano se le murió, una madre, un padre un hermano. Los últimos días hemos caído en cuenta que un amigo ha sufrido el deceso de un ser cercano.

Como cerco epidemiológico de casos, el cerco de la muerte se ha estado cerrando, y parece que no caemos en cuenta de ello.

Estamos quienes nos hemos infectado en casa, y lo hemos logrado. Muchos no lo han hecho.

Pareciera que hubiésemos decidido adoptar la estrategia de Suecia (después modificada a golpe de muertes) de que salgamos a la calle y que el virus nos infecte para que nos insacule a todos como si fuera lluvia, tanto como para sentirnos que estamos en un proceso de inmunidad de rebaño o de la inmunidad de los estúpidos, más bien.

Entiendo que el 50% de la población de este país vive al día, que no puede permitirse no salir y auto inmolarse por inanición, que tienen que encontrar su sustento diario. Pero a estas alturas, todos sabemos qué debemos hacer al salir, al tocar, al entrar, hasta el más pequeño de los nuestros nos lo dice en todo momento.

No entiendo a los miserables y mezquinos políticos que hacen cuenta de los muertos como cuencas de un rosario largo que han acomodado convenientemente. Para ellos es un logro que cada muerte sea un voto menos para el odiado personaje que detalla las estadísticas diarias o para su jefe que ganó con el apoyo del pueblo de a pie, ése que seguimos insultando, pisoteando, denostando todos los días.

Tampoco entiendo a los ex secretarios de salud que exigen poner, hacer, como si ellos hubieran puesto nuestro sistema de salud en el primer mundo, o lo estuvieran haciendo mejor cuando no existe ningún sistema en el mundo o gobierno que lo esté haciendo mejor.
Trasladamos nuestras responsabilidades civiles y familiares a los secretarios de salud, al gobierno federal, cuando la responsabilidad de acción, ética y moralmente nos corresponde. Nos es tan difícil entender que la primera y mejor medicina es la que tenemos en casa y no se guarda en el botiquín, se guarda en nuestras cabezas, ésa que lleva al instinto a actuar para sobrevivir.

Trasladamos nuestra esperanza a la ciencia, a la que le exigimos hacer una vacuna en un año cuando el proceso dura de 5 a 10 años al menos.

Vemos lo que pasa en España, Italia, India, Inglaterra, Perú, Brasil, incluso en la puerta de lado en Texas, y no nos estimula a pensar y actuar distinto.

Claro ha quedado que este virus no conoce sistemas democráticos, aristocráticos o de pobreza, que puede desestabilizar el sistema mejor preparado del mundo y más. Un virus nuevo tiene la capacidad de inventarse o reinventarse a sí mismo; no lo digo yo, eso dice la investigación pues.

Mostrémosle respeto al virus, pero más allá, mostremos respeto a la muerte, porque al final es lo único que tenemos en garantía.

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