La lluvia ácida es un fenómeno ambiental que contamina selvas y bosques, especialmente en altitudes elevadas. Esta precipitación nociva roba nutrientes esenciales del suelo y libera aluminio, dificultando la absorción de agua por los árboles.
Además, daña las agujas de las coníferas y las hojas de otras plantas, debilitándolas y haciéndolas más vulnerables a parásitos y condiciones adversas como sequías. Esto puede llevar a la muerte de grandes masas vegetales y afectar negativamente a la producción agrícola.
Los efectos de la lluvia ácida se agravan por otros contaminantes, reduciendo la resistencia de los árboles y plantas a bajas temperaturas, insectos y enfermedades.
En suelos con menor capacidad para neutralizar ácidos, los daños son más severos. Asimismo, la lluvia ácida puede impactar la salud humana, ya que compuestos de azufre y nitrógeno pueden ingresar al sistema respiratorio y cardiovascular, provocando enfermedades graves.
Los metales pesados como mercurio y cadmio pueden acumularse en tejidos vegetales y animales, volviéndolos tóxicos para el consumo humano. Estos metales también pueden filtrarse en fuentes de agua potable, representando un riesgo significativo para la salud pública.
Para combatir la lluvia ácida, es esencial reducir las emisiones contaminantes mediante la disminución del uso de combustibles fósiles y la promoción de energías limpias. Aunque algunos gobiernos han tomado medidas como limpiar chimeneas industriales, los resultados han sido mixtos.
La concienciación sobre el ahorro energético y el uso de transporte sostenible son pasos importantes que cada individuo puede tomar para mitigar esta problemática ambiental.