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Muchos de nosotros tenemos manías al realizar actividades, y el deporte no es la excepción. Un hábito común, pero a menudo debatido, es masticar chicle mientras se practica ejercicio. Aunque popular para algunos, esta costumbre plantea interrogantes sobre su impacto en el rendimiento y la salud. ¿Es realmente beneficioso o podría ser perjudicial para tu entrenamiento?
Masticar chicle desencadena una serie de reacciones en el organismo, preparando el estómago para una digestión inminente al aumentar la salivación y activar los jugos gástricos. Sin embargo, este proceso puede ser contraproducente durante el ejercicio, ya que desvía parte de la circulación sanguínea hacia el estómago, limitando el flujo necesario para un óptimo rendimiento muscular. Esta alteración en la distribución sanguínea podría afectar negativamente tu capacidad para rendir al máximo.
Además, el chicle puede dificultar el mantenimiento de una respiración constante, crucial para el ejercicio, especialmente el aeróbico. Aunque inspirar por la nariz y expulsar el aire por la boca no presenta problemas con el chicle, la situación cambia al aumentar la intensidad del ejercicio, cuando se requiere también inspirar por la boca. En este punto, el chicle puede impedir una correcta inspiración y control de la respiración, afectando la eficiencia del entrenamiento.
A pesar de estos inconvenientes, masticar chicle también tiene sus defensores. Para algunas personas, ayuda a evitar la sequedad bucal y la sed, gracias a la constante segregación de saliva. Además, puede ser una forma de liberar tensión acumulada durante el ejercicio, evitando el rechinamiento de dientes o apretar la mandíbula. En definitiva, el chicle puede tener tanto beneficios como inconvenientes, por lo que es importante considerar cuidadosamente cuándo y cómo se utiliza durante la práctica deportiva.
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