
Vivimos en una época en la que el egocentrismo se erige con gran fuerza, sobre todo, en los medios digitales. Prueba de ello son los miles y miles de selfies, publicaciones de viajes, comidas o adquisiciones de todo tipo en los que somos las estrellas a cambio de likes, seguidores y comentarios.
Las redes sociales son como escenarios, espacios en los que cada uno de nosotros, salimos a interpretar nuestro mejor papel -o al menos ese que nos interesa en momentos determinados-. A veces, nos mostramos divertidos, otras serios y reflexivos, quizás amantes del arte y los pequeños detalles o simplemente tan atrevidos como para compartir ciertos matices de nuestra intimidad. Así es la era digital: un entramado de espectáculos sociales en los que el yo es el principal protagonista.
Es la magia de la interacción: ese pequeño subidón que proporciona cierto bienestar, aunque tan solo sea por cuestión de segundos. De hecho, seguro que si Narciso, el personaje de la mitología griega, estuviese vivo tendría sus redes sociales inundadas de selfies para mostrar su belleza y perfección.
Como vemos, las tecnologías de la información nos influyen tanto a nivel social como individual y una de sus consecuencias es la proliferación del narcisismo digital. Profundicemos.
Lo cierto es que no pasa nada, es algo normal, de hecho puede servirnos para sentirnos mejor o mejorar ciertos aspectos de nosotros mismos. El problema ocurre cuando nos volvemos dependientes de este tipo de conductas, es decir, cuando al final nuestras acciones en las redes sociales se dirigen a la obtención de estos feedbacks y comentarios positivos. Y terminamos por convertirnos en esclavos.
Publicamos, publicamos y publicamos…. lo que sea, cuando sea, hasta momentos más íntimos para formar parte de la sociedad del espectáculo, esa en la que muchos mantienen la creencia inconsciente de que solo existen si pueden ser vistos y reconocidos.
Ocurre también que, con el paso del tiempo, la espontaneidad se deja a un lado y todo se planifica para recibir el siguiente aplauso. Ese que tanto necesitamos, ese que a corto plazo nos proporciona una intensa satisfacción pasajera y que nos mantiene unidos al botón de actualizar para estar pendientes de cuántos likes acumulamos.
Ahora bien, esto no quiere decir que no se utilicen las redes sociales o que no se pueda publicar sobre lo que hacemos, sino que se haga un uso responsable de ellas, para evitar convertirnos en esclavos de la apariencia y el universo digital. Porque no hay nada mejor que mostrarnos tal y como somos.