
La leyenda del Charro Negro es quisas una de las más polares de México, pero tal vez se debe a que habla de uno de los seres más malignos. Se cuenta que este ser es un espectro que alguna vez fue hombre y que, por su interminable ambición, fue condenado a sufrir los tormentos del infierno y ahora como castigo sufre la condena de ser el cobrador de quienes, como él, tienen deudas pendientes con el diablo.
Este ser recibe su nombre por su vestimenta; los relatos explican que se aparece en las zonas rurales de México en cuanto el sol se comienza a ocultar. Porta un elegante ajuar de charro color negro con detalles de oro o plata, y se le puede ver montado sobre su caballo: un gran animal cuyos ojos son dos bolas de fuego.
Origen.
El Charro provenía de una familia humilde, sus padres, aunque lo amaban, nunca pudieron cumplirle sus caprichos. A él siempre le gustó ir bien vestido, a veces incluso no comía durante días para ahorrarse unos pesos y con lo juntado, poder completar para un buen sombrero.
Algunas versiones de la historia relatan que los padres de aquel hombre fallecieron por no poder pagar el tratamiento para su enfermedad; cansado de su inagotable pobreza y sumerjido en la trsiteza por perder a sus padres, el Charro tomó una decisión que cambiaría su vida: invocar al diablo para pedirle riqueza.
La maldición.
Se cuenta que el diablo le ofreció cantidades de dinero que ni siquiera en dos vidas podría gastar, lo único que pedía a cambio, era su alma. Él aprovecho cada centavo que se le dio, pero siempre existió un vacío en su corazón.
En unos años la juventud comenzó a escapar del Charro, y el diablo se le apareció para decirle que la hora de pagar su deuda estaba cerca. El terror invadió a nuestro protagonista hasta el último rincón de sus entrañas, mandó al personal de su hacienda a poner cruces por toda su propiedad y a construir una pequeña capilla.
Un día el Charro buscó huir del lugar de donde vivía, tomó una bolda de monedas de oro, montó su caballo y emprendió lo que era su plan de escapatoria. Como respuesta, el diablo lo buscó y le dijo que él iba a esperar a que llegara el día de su muerte para llevárselo, pero como era un covarde lo haría en ese momento.
El Charro no tuvo tiempo de responder. Cuando se dio cuenta, su caballo, encabritado, trató de patear al demonio pero era tarde, los brazos de su amo habían comenzado a secarse y su carne a desaparecer. Solo le quedaba el ajuar de Charro encima de los huesos blanquecinos. El diablo volvió a hablar:
«Veo que tu bestia te es fiel, por eso ha de ser maldita igual que tú y condenada a acompañarte a tu viaje hacia el infierno. Aunque, de vez en cuando, quiero que hagas algo por mí, cobrarle a mis deudores. Si haces bien tu trabajo, dejaré que el hombre que acepte esa bolsa con monedas de oro que traes, tome tu lugar», dijo el diablo.
Desde entonces, aquel hombre fue condenado a sufrir incontables tormentos en el infierno y a salir de ahí solo para cobrar a quienes tienen deudas pendientes con Lucifer. Esto con la esperanza de que una noche, algún viajero, traicionado por su avaricia, tomé su lugar. Solo así, el Charro Negro y su caballo podrán descansar en paz.