Trabajadores del Gobierno del Estado, amparados en la impunidad que les dan los sindicatos, ya no quieren, ni siquiera, hacer horas nalga (gastar ocho horas sentados, sin hacer nada, sólo en su celular), pero se aferran a tener un bono de puntualidad, así que llegan, checan y se van sin que mando alguno, jefe o titular, tome cartas en el asunto.
Tras año y medio sin trabajar, cobrando puntualmente su salario íntegro más prestaciones y bonos, los burócratas sindicalizados se fueron de vacaciones y, ahora, se resisten a volver a las oficinas públicas aprovechando la displicencia de los funcionarios del sexenio que encabeza Juan Manuel Carreras López para aumentar sus barrigas sedentarias y engordar sus tarjetas de nómina a cambio de nada.
Personal de contrato por honorarios o meritorios tiene la obligación de sacar adelante los pendientes, porque no hay jefes, también les vale. Todos andan en busca de un nuevo cargo, ya sea con el nuevo gobernador, Ricardo Gallardo, o en el Ayuntamiento, con Enrique Galindo; nadie se hace responsable del trabajo.
En el colmo del descaro, jefes de departamentos, subdirectores, directores y secretarios buscan obtener bases sindicales, para ellos o para sus familias, generalmente sus hijos.
Los campeones de la flojera son el personal que, en su mayoría, está a punto de jubilarse. Para ellos, las horas nalga son su pasión, pero no su obligación y, con tal descaro, dicen “si no trabajo ni aquí, menos voy a trabajar en mi casa. Están pendejos todos estos (en referencia a sus jefes)”.
Salvo honrosas excepciones, esto pasa en todos lados, en especial en la SEDUVOP, en Cultura, en SEDARH, en la SEGAM, en la Fiscalía, ni se diga en las oficinas de la Defensoría de Oficio, en la Secretaría del Trabajo, en la Secretaría de Seguridad donde, la ausencia de Pineda, mantiene en permanente tensión al personal, aunque sí hay quienes cumplen a cabalidad su responsabilidad.
En la Secretaría de Desarrollo Social, la hueva empieza con el secretario Alberto Elías. La SCT es un hervidero; Urbano Menchaca, como siempre, lo dejan a cerrar el sexenio, es un hombre honesto y trabajador, pero nadie le hace caso. Hasta pleitos y golpes se dan en los pasillos de la dependencia.
En la Procuraduría de la Defensa del Trabajo, Alejandro Polanco Acosta se da vida de mirrey aprovechando que los diputados le regalaron un nuevo periodo al frente de la dependencia y ya ni se diga en el Consejo Estatal de Población, donde Cuauhtémoc Modesto suma centímetros por día a su sedentaria figura. Al mismo tiempo, Erik Fías García, director general de Ayudandía y Protocolo, sí tiene mucho trabajo, pues anda organizando el último informe del gobernador, pero sus subordinados no ven la hora en que se vaya porque agarró todos los malos modos de sus antecesores.
En el Instituto de las Mujeres, Erika Velázquez prepara maletas para volver a su base en el Poder Judicial, así que, en ese nido de mujeres, sigue sin hacerse nada.
En el Hospital Central, el doctor Francisco Alcocer Gouyunnet es la cara opuesta de la burocracia; ahí todos trabajan, pero a nadie le pagan. Médicos y enfermeras piden a gritos que Gobierno cumpla sus promesas de pago, pero ni a Alcocer ni a nadie le importa el clamor del muy honorable personal médico.
Alma Elvira Cervantes Rosales, del Instituto de Desarrollo Humano y Social de los Pueblos y Comunidades Indígenas (INDEPI), hace lo que puede. Los pueblos originarios nunca fueron prioridad para este gobierno.
Aureliano Gama Basarte, subsecretario de Gobernación, anda de agente de relaciones públicas, ofreciendo conseguir audiencias con el gobernador electo, Ricardo Gallardo.
José Ignacio Benavente Duque, la gran decepción del sexenio en Protección Civil, calentó muy bien la silla y deshonró su apellido. José Abelardo Casillas Ramírez, según eso, es director de Gestión y Atención Ciudadana, pero no gestiona ni los buenos días para nadie. En tanto que Jesús Medina Salazar, de la Comisión Estatal del Agua, anda presumiendo que se queda en el cargo, pese a evidentes y contundentes hechos de corrupción durante su gestión al frente de esa dependencia.
Georgina Silva Barragán es una de las mujeres más poderosas del sexenio, pero siempre se cuidó del foco público. Es directora del Instituto de Infraestructura Educativa; dicen que es capaz, pero nunca se vio acción en su dependencia.
Juan José Ortiz Azuara, director de la Promotora del Estado, también es de los campeones en flojera, cobró muy a gusto sus 90 mil pesos al mes sin hacer nada y, pues como el jefe nunca trabajó, su gente menos.
Luis Fernando Alonso Molina, director del Instituto Potosino de la Juventud, predicó con el ejemplo, es de los pocos funcionarios públicos que desquitó el salario. Se le pronostica un futuro brillante.
Matha Luz Rosillo Iglesias, titular de la Defensoría Pública, cobró muy bien su sueldo, dispuso de 180 pesos anuales como presupuesto, pero de chamba, no hay reporte. Al mismo tiempo, Miguel Ángel Álvarez Rodríguez, director del Instituto Potosino del Deporte, extrañará los atracones presupuestales que le permitieron vivir como mirrey. Hasta antes de ser funcionario público era empleadillo del Depor y de alguno de los ricos del pueblo.
De Margarita Ortiz Guerrero, en el Registro Público de la Propiedad, siempre ha sido exigente con la gente, es de carácter firme y, aunque le han hecho grillas, hace que los trabajadores desquiten. En la Dirección de Pensiones también les gusta tirar flojera, pero ahí la aderezan con muchos chismes e intrigas. El tema favorito es, siempre, la albera olímpica que se construyó el director, Oziel Yudiche, que está por cumplir 12 años en el cargo, pero ese es el pecado menor; asuntos inmobiliarios y contratación de servicios médicos se comentan por los corrillos donde el personal le hecha muchas ganas para no hacer nada.
El sexenio de Juan Manuel Carreras creó mucha expectativa por su formación y el prestigio que tenía de ser decente, pero jamás puso a trabajar a la gente y estos se aprovecharon de la inacción el Ejecutivo y de la gran cantidad de aviadores, amigos, parientes, queridos, queridas y demás que incrustaron en la nómina, así que la burocracia dorada tuvo otros seis años perdidos.