Puede suceder que un niño tenga que pasar por una situación de duelo, lo cual no debe ser ignorado. Apoyarle en su duelo, es decisivo para cuidar su salud mental. Por eso es necesario tener una idea de cómo entiende la muerte y cómo puede pasar por su duelo.
La niña y el niño, no conciben la muerte como lo haría un adulto, expresan su dolor a su manera y puede resultar confuso. Algunos sienten la necesidad de atención, otros se retraen o asumen el papel de padres protectores. Para saber que hacer hay que tener en cuenta la forma en que las niñas y los niños entienden la pérdida. Esto depende de varios elementos: su edad, el vínculo que tenía con el difunto, su cultura, su nivel de conocimiento, la gente a su alrededor.
Algunas sugerencias para apoyar a las niñas y niños en duelo son: el informarles de la muerte lo antes posible. A veces es más fácil pensar que el niño no puede entender estas cosas, pero se dará cuenta de lo que se le oculta y luego podrá construir una lógica alrededor de la muerte basada en un pensamiento mágico. Utilice palabras sencillas y evite la comparación con el sueño, podría malinterpretarse y dígale que lo que sucedió no es su culpa.
Tenga cuidado con los cambios de comportamiento. Un niño que se da cuenta de que puede perder a sus seres queridos puede desarrollar un miedo al abandono, que puede traducirse en una fuerte demanda de atención y seguridad. Un adolescente que ve que la muerte puede golpear a cualquiera, en cualquier momento, puede sentirse inquieto y cuestionar el significado de su propia vida.
Preste atención a la reacción de quienes rodean al niño. La forma en que se lamentan le puede afectar. Es importante dejar un lugar para que todos puedan expresarse, de lo contrario se interiorizarán inquietudes y lógicas erróneas y pueden en el futuro generar problemas.
Pero es la edad el principal elemento que condiciona la vivencia del duelo: en un bebé recién nacido puede llorar no siendo consciente de la desaparición definitiva de un ser querido sino sintiendo la ausencia corporal de la persona que suele cuidarlo; antes de los 2 años de edad, un niño puede experimentar el efecto del duelo a través de las emociones que sienten sus padres (conmoción, enfado, tristeza); entre los 3 y los 5 años, la noción de muerte se refiere a la separación, pero aún no se comprende su naturaleza final. En este momento, puede aparecer un razonamiento basado en el pensamiento mágico. El pensamiento mágico se refiere a que el niño piensa que estas acciones pueden generar ciertas consecuencias que no encuentran una base racional para los adultos (la abuela murió porque yo era mala / si soy amable, la abuela ya no estará muerta).
De los 6 a los 8 años se empieza a comprender el aspecto final de la muerte y se aprenden algunos conocimientos. Puede entonces cuestionar la lógica que rodea a la muerte: ¿Quién puede morir?, ¿por qué razones?, ¿qué pasa después de la muerte?, ¿en qué nos convertimos? Dependiendo de las respuestas a estas preguntas, el niño construirá su propio razonamiento y deducirá conclusiones más o menos angustiantes (la vecina que tiene la misma edad que mi madre está muerta, eso significa que mi madre puede morir).
Entre los 9 y los 11 años se comprende la noción de irreversibilidad de la muerte. La niña, el niño es capaz de comprender el efecto del duelo en las personas cercanas y adoptar una postura protectora (no llorar, consolar a los demás). El pensamiento mágico está siempre presente y puede dar lugar a un sentimiento de culpa. En la adolescencia, muchas preguntas pueden surgir: ¿Qué es justo? ¿Qué lógica? ¿Qué sentido darle a la vida, si puede terminar tan abruptamente?
Mas, el efecto no se limita a la visión que tiene según la edad, una muerte también puede dar lugar a conductas que pueden volverse problemáticas, por lo que la dependencia de Salud pública pide estar atentos y al cuidado de las niñas, niños y adolescentes, ya que existen diferentes tipos de conductas, como: la ansiedad, ira, hiperactividad, incluso existen conductas donde hay una identificación con el fallecido y el niño presenta los mismos trastornos que los del fallecido. O bien el infante o adolescente puede emitir quejas somáticas, es decir de dolor de cuerpo, se queja de un dolor sin fundamento. Esta sería una forma de expresar el sufrimiento de otra manera, especialmente cuando la expresión del dolor emocional no es tolerada por los familiares. Otras conductas que suelen manifestar es la depresión, equivalentes suicidas o la compulsión de cuidar, donde el niño ayuda a quienes lo rodean y asume el papel de padre e intenta enmendar a los demás y a sí mismo.
Las niñas y los niños tienen su propia experiencia del dolor y su significado. Puede ser más o menos fácil de detectar y comprender, por lo que es fundamental permitir que hable de lo que siente y lo que piensa. Sin embargo, es probable que usted mismo se vea afectado por la muerte de un ser querido, y no pueda estar disponible para su hijo o que se dé cuenta de que, pocos meses después de la muerte, su hija o hijo cambia de comportamiento y desarrolla inquietudes. Entonces considere el apoyo de un profesional de la salud mental para recibir la orientación adecuada para el bienestar suyo y de las niñas y los niños.