
Este 26 de abril se conmemoran 39 años del accidente nuclear de Chernóbil, ocurrido en 1986 en la entonces República Socialista Soviética de Ucrania. La explosión del reactor número cuatro de la Central Nuclear Vladímir Ilich Lenin liberó una nube radiactiva que se extendió por gran parte de Europa, marcando un antes y un después en la historia de la energía nuclear.
La evacuación de la ciudad de Prípiat, situada a apenas 3 kilómetros de la planta, comenzó 36 horas después del accidente. Más de 50,000 personas fueron trasladadas bajo la promesa de que regresarían en pocos días, pero jamás volvieron a sus hogares. En total, unas 350,000 personas fueron desplazadas de la zona de exclusión de 30 kilómetros establecida alrededor del reactor.
Uno de los aspectos más dolorosos fue la suerte de los animales domésticos. Muchos fueron sacrificados por las autoridades para evitar la propagación de la radiación, aunque algunos sobrevivieron y dieron origen a poblaciones de perros salvajes que aún habitan la zona.
Paradójicamente, la ausencia humana ha permitido que la naturaleza recupere terreno. La zona de exclusión se ha convertido en un refugio para la vida silvestre, con especies como lobos, linces, alces y bisontes europeos prosperando en el área.
El desastre de Chernóbil dejó una profunda huella en la conciencia colectiva y sigue siendo un recordatorio de los riesgos asociados con la energía nuclear. En 2016, la Asamblea General de las Naciones Unidas designó el 26 de abril como el Día Internacional en Recuerdo del Desastre de Chernóbil, para honrar a las víctimas y promover la seguridad nuclear.
A casi cuatro décadas del accidente, Chernóbil continúa siendo un símbolo de las consecuencias devastadoras que pueden derivarse de errores humanos y tecnológicos.
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