
En la actualidad, hablar de salud mental es más necesario que nunca. Dentro de los trastornos más comunes, los ataques de pánico destacan por su intensidad y por el impacto que generan en quienes los padecen. Se trata de episodios repentinos de miedo o ansiedad extrema que pueden manifestarse tanto a nivel emocional como físico.
Durante un ataque de pánico, las personas pueden experimentar dificultad para respirar, sudoración, temblores, palpitaciones y una fuerte presión en el pecho. En muchos casos, quienes los sufren llegan a creer que están teniendo un infarto o un accidente cerebrovascular, lo que incrementa aún más el temor. Además, es común sentir una desconexión de la realidad o una sensación de estar separados de uno mismo, lo cual resulta profundamente desconcertante.
Uno de los recursos más efectivos para controlar un ataque de pánico es la respiración profunda. Concentrarse en inhalar y exhalar lentamente puede reducir la hiperventilación y ayudar al cuerpo a retomar su ritmo normal. Reconocer que se trata de un ataque de pánico y no de una emergencia médica permite recuperar cierta calma, recordando que, aunque aterrador, el episodio es pasajero.
En entornos con demasiados estímulos visuales o sonoros, cerrar los ojos puede ser de ayuda para centrar la atención en uno mismo. También puede ser útil anclarse al presente a través de sensaciones físicas familiares, como sentir el suelo bajo los pies o tocar una prenda de vestir con textura reconocible. Algunas personas encuentran alivio al concentrarse intensamente en un objeto cercano, describiéndolo mentalmente con detalle para desviar el foco de atención de los síntomas.
La relajación muscular consciente es otra herramienta poderosa. Relajar lentamente cada parte del cuerpo, desde las manos hasta los hombros y el rostro, puede contribuir a reducir la tensión acumulada. Visualizar un lugar seguro y calmado —como una playa tranquila o una cabaña en el bosque— también es una estrategia efectiva para inducir serenidad. Imaginando los sonidos, aromas y sensaciones de ese entorno, la mente puede encontrar un respiro.
Realizar actividad física ligera, como caminar o nadar, ayuda a liberar endorfinas, que mejoran el estado de ánimo y disminuyen el estrés. No obstante, si se está hiperventilando o se tiene dificultad para respirar, lo ideal es primero recuperar el control antes de moverse. Además, algunos elementos naturales como la lavanda pueden tener efectos relajantes
El abordaje psicológico y el acompañamiento profesional siguen siendo fundamentales para tratar el origen del problema. Reconocer las señales, hablar de lo que se siente y aprender a manejar estas crisis no solo es posible, sino que representa un paso importante hacia el bienestar integral.
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