
¿Alguna vez has sentido una irritación desproporcionada al escuchar a alguien masticar o respirar? Podría ser más que simple molestia. Para un creciente número de personas, sonidos comunes como estos desencadenan una intensa aversión, ansiedad o incluso ira, una condición conocida como misofonía.
El término, que significa literalmente «odio al sonido», fue acuñado hace poco más de dos décadas, pero la investigación sobre esta condición neurológica aún está en sus primeras etapas. Afecta a personas de todas las edades y puede tener un impacto significativo en su calidad de vida. Los pacientes con misofonía a menudo se sienten aislados, incomprendidos y pueden llegar a evitar situaciones sociales para no exponerse a los sonidos desencadenantes.
Aunque no está clasificada como un trastorno psiquiátrico en el DSM-5, la misofonía a menudo se presenta junto con otras condiciones como el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), el trastorno de ansiedad y el síndrome de Tourette. Los sonidos que desencadenan la misofonía varían de persona a persona, pero son comunes los sonidos orales (masticar, sorber), los sonidos nasales (respirar, sonarse la nariz) y los sonidos repetitivos (golpecitos con los dedos, teclear).
Actualmente, no existe una cura para la misofonía, pero existen diversas estrategias de afrontamiento y terapias que pueden ayudar a las personas a controlar sus síntomas. Estas incluyen la terapia cognitivo-conductual (TCC), las técnicas de relajación y el uso de dispositivos de enmascaramiento de sonido. La concienciación y la comprensión de la misofonía son fundamentales para ayudar a las personas afectadas a buscar el apoyo adecuado y mejorar su calidad de vida.