
En la película ‘No miren arriba’ (distribuida por Netflix en 2021), un magnate tecnológico propone extraer tierras raras de un cometa que amenaza con destruir la Tierra, priorizando el beneficio económico sobre la supervivencia humana. Esta trama, aunque satírica, incluyendo al magnate tecnológico, no está muy lejos de la realidad. Hoy, la lucha por el control de los materiales críticos, como las tierras raras, está definiendo las relaciones geopolíticas globales, con consecuencias que podrían ser tan catastróficas como las de la ficción.
En días pasados, el presidente Donald Trump propuso a Ucrania su apoyo para concluir la guerra de tres años que sostiene con Rusia a condición que cediera el control de sus yacimientos de tierras raras a Estados Unidos. Una propuesta que resalta la importancia estratégica de estos elementos. Del mismo modo, en 2019 y nuevamente al inicio de su actual mandato presidencial, Trump expresó su interés en adquirir Groenlandia, territorio danés que tiene importantes reservas de estos minerales. Ambos casos muestran cómo los recursos materiales se han convertido en moneda de cambio en la competencia global por la tecnología y la supremacía económica.
Las tierras raras son un grupo de 17 elementos químicos que son importantes en la fabricación de teléfonos inteligentes, dispositivos electrónicos, sistemas de iluminación, vehículos eléctricos e híbridos, turbinas eólicas y equipos militares. Actualmente estos materiales son considerados esenciales para lograr la transición hacia las energías limpias y renovables, así como a los autos eléctricos. Entre ellos se encuentran el neodimio, el disprosio y el terbio, fundamentales para la producción de imanes de alto rendimiento y tecnologías avanzadas. Aunque no son escasos en la corteza terrestre, su extracción y refinamiento son costosos y se concentra en pocos países. China domina casi 70 % de la producción mundial, de acuerdo a datos publicados a principios de 2025.
Para entender la relevancia geopolítica de estos elementos, podemos empezar por ver que todos los objetos fabricados por la humanidad están hechos de materiales y muchos de éstos se obtienen a partir de minerales. Los grandes avances tecnológicos han sido alcanzados gracias (en buena medida) a los materiales y elementos químicos que se usan en su fabricación, y su impacto en nuestra calidad de vida es innegable. Sin embargo, no hay que perder de vista que, por encima de los beneficios de la tecnología, el verdadero interés es la generación de riqueza y el poderío económico. La dependencia industrial y militar en ciertos materiales ha llevado a clasificarlos como críticos y/o estratégicos. Un material crítico es aquel con una disponibilidad incierta debido a factores geopolíticos o económicos, y del que dependen industrias clave. En contraste, un material estratégico es aquel cuya escasez podría poner en riesgo la seguridad nacional y la capacidad de defensa de un país. Esto no sólo resalta la importancia de ciertos materiales en la economía y la tecnología, sino que también pone en evidencia el papel fundamental que juegan en todos los aspectos de nuestra vida. Desde los dispositivos electrónicos hasta la infraestructura energética, pasando por la medicina y la defensa, su disponibilidad define las capacidades tecnológicas y estratégicas de los países. Esta clasificación permite a los gobiernos adoptar políticas o realizar acciones para asegurar su obtención. Tal es el caso de las tierras raras y por eso no es sorprendente que las políticas de un país, en este caso Estados Unidos, prioricen asegurar materiales críticos por encima de salvar vidas humanas.
Volviendo a la ficción, la ironía es inevitable: hace unos días, se informó que el asteroide 2024 YR4 tiene un 2,2 % de probabilidades de impactar la Tierra el 22 de diciembre de 2032. Aunque las posibilidades son bajas, no se puede evitar recordar la escena de ‘No miren arriba’ en la que los líderes mundiales deciden explotar el cometa en lugar de destruirlo, seducidos por los minerales que podría contener. Tal vez en un futuro no tan lejano, en lugar de debatir cómo evitar una catástrofe, el verdadero dilema sea quién se queda con los minerales del impacto. Después de todo, como dice el refrán: ‘La realidad supera a la ficción’. Y, en este caso, parece que también la imita.
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