
El pambazo, un icónico platillo mexicano, es mucho más que un simple sándwich. Preparado con pan bazo, bañado en salsa de guajillo y relleno de diversos guisos, este antojito es un elemento esencial en celebraciones y eventos a lo largo del país. Su presencia en fiestas cívicas, bautizos y ferias, entre otros, lo consolida como un símbolo culinario infaltable, representando la riqueza y diversidad de la gastronomía mexicana.
Aunque su origen exacto es incierto, se atribuye a los estados de Jalisco y Veracruz. El pambazo llegó a México a través de los conventos españoles, pero la tradición de bañarlo en salsa de guajillo podría haber surgido en Jalisco, similar a las tortas ahogadas. En Veracruz, la combinación de ingredientes locales con influencias europeas, africanas y asiáticas también contribuyó a su creación, manteniendo viva la tradición de hornear el pan bazo a la antigua usanza.
El pambazo presenta diversas variantes regionales, destacando las de Orizaba y Puebla, donde se rellena con frijoles refritos o mole, longaniza, queso blanco, lechuga y chile chipotle adobado. En Xalapa, Veracruz, se prepara con frijoles, mayonesa, aguacate, jamón, pollo o chorizo, además de lechuga, cebolla y chile chipotle. La versión más conocida, originaria de la Ciudad de México y el Estado de México, incluye pan bazo bañado en salsa de guajillo, frito y relleno de papas, longaniza, crema, queso y lechuga.
Más allá de su delicioso sabor, el pambazo es un símbolo de la identidad cultural mexicana. Representa la fusión de culturas culinarias durante la época virreinal y se encuentra presente tanto en puestos callejeros como en restaurantes de renombre. Su importancia radica en su capacidad para evocar la historia y las tradiciones de México a través de un platillo que alimenta a millones de personas a diario.