La política local de San Antonio ha sido sacudida por un acto de extrema indignación protagonizado por quien hasta hace poco ostentaba el poder: el alcalde Edyunari Gregorio Castillo Hernández. Este hombre, incapaz de aceptar su salida del gobierno, ha dejado una huella no de desarrollo, sino de rencor y abandono.
«Yoni» Castillo exalcalde de San Antonio, perdió de vista no solo el compromiso que adquirió con sus ciudadanos, sino también la decencia más básica que debería acompañar a quien ha ejercido el poder.
El saqueo de la presidencia
En un gesto de rabia pueril, casi caricaturesco, el exalcalde, dejó el despacho municipal en ruinas. En un acto que cualquier ciudadano describiría como un capricho infantil disfrazado de poder, el exalcalde se llevó hasta la taza, lavavo y pasamanos del baño del privado de la presidencia, dejandolo en obra negra. Como si esos simples objetos fueran la clave para su permanencia en el poder.
No contento con eso, mandó a quitar todo el vitropiso, dejando la zona en obra negra y expuesta a la indignación pública. El sanitario quedó irreconocible, despojado incluso de los focos que alguna vez iluminaron las decisiones del ahora exalcalde. Un saqueo sistemático que refleja una clara muestra de desprecio hacia el cargo que ocupó.
Que un alcalde deje proyectos incompletos no es algo nuevo; lamentablemente, ocurre con más frecuencia de la que debería. Pero lo que aquí estamos viendo va más allá de la ineptitud: es un acto de venganza personal contra la comunidad. Llevándose hasta la taza del baño, Castillo Hernández no solo despoja a la presidencia de lo material, sino que simboliza el desmoronamiento de la ética pública.
Las obras inconclusas
Si bien el saqueo físico es indignante, lo que realmente hiere a los habitantes de San Antonio es el legado de abandono que Castillo Hernández dejó tras de sí. Diecisiete obras relacionadas con fugas de agua, reportadas desde hace más de tres años, yacían inconclusas al final de su mandato, años en los que las familias han visto cómo sus calles se deterioran, cómo el agua se desperdicia.
La frustración de haber perdido el poder no es excusa para lo que muchos podrían catalogar como vandalismo institucional. No se puede simplemente perder unas elecciones y reaccionar como si el municipio fuera una propiedad privada a la que se puede desmantelar a capricho.
Su reacción refleja un patrón más amplio de abuso de poder, de desdén hacia los principios de la democracia y de total desprecio por el bien común.
La historia recordará a Castillo Hernández no como un alcalde de logros, sino como un político que, incapaz de lidiar con la derrota, optó por la destrucción antes que la dignidad. ¿Es esto lo que San Antonio merece? La respuesta es tan clara como el desastre que ha dejado.
Seguiremos informando.