Tradicionalmente, el proceso de duelo se ha asociado a la pérdida en cuanto a fallecimiento de una persona, así pues, cuando alguien con quien tenemos un vínculo emocional muere, comienza un proceso de adaptación a la pérdida que es lo que entendemos como duelo.
Sin embargo, el concepto de duelo ya no se asocia únicamente con la pérdida física e irreversible de una persona o vínculo por defunción, sino que hablamos de duelo cuando una persona con la que existe un vínculo pasa a ser una figura ausente en la vida de otra.
La adopción de una mascota, del tipo que sea (canina, felina, reptil, roedor), implica necesariamente la generación de un vínculo emocional con ella de intensidad variable, en función de las características tanto de la persona como de la propia mascota.
Ya sea desde el nacimiento o desde la edad adulta, la adopción de una mascota supone asumir una responsabilidad con el cuidado de la misma. Independientemente del tipo de animal, procuramos que tenga disponible alimento, higiene, espacio, nos preocupamos y vigilamos su salud cuando nos percatamos de que algo no está funcionando bien, etc.
Es decir, generamos un vínculo con nuestra mascota al que esa mascota también suele responder de hecho, numerosos estudios demuestran que los animales pueden reconocer las emociones de los humanos y que reaccionan a ellas, por ejemplo, los perros liberan oxitocina cuando miran a sus humanos a los ojos, de forma muy similar a cómo lo hacemos las personas cuando nos enamoramos.
La muerte de una mascota puede llevar esencialmente a dos tipos de duelo, exactamente como experimentaríamos con la pérdida de una persona: el duelo “anticipado” y el duelo “tradicional”.
Puede suceder que nuestra mascota fallezca llegando a una edad anciana, por un envejecimiento normal, por lo que acompañamos ese proceso de deterioro progresivo tanto a nivel físico como mental, hasta llegado el momento en que la vida de nuestro compañero llega a su fin.
De alguna forma, cuando nosotros seguimos ese envejecimiento y declive, también vamos anticipando el proceso de duelo, haciéndonos progresivamente conscientes de que nos queda poco tiempo con nuestra mascota, lo que mitiga ligeramente el impacto emocional de su defunción.
No obstante, podría ocurrir que, contra todo pronóstico, nuestra mascota pereciera de forma repentina por algún tipo de accidente o suceso totalmente imprevisto, en estos casos, comienza la elaboración del duelo al uso, pero con una intensidad emocional mayor asociada a la sensación de impotencia y de frustración de la situación.
Ocurre con frecuencia que, personas que no viven con mascotas o a las que no les gustan los animales, tienen un nivel mayor de dificultad para comprender a nivel emocional el tipo de vínculo entre una mascota y el humano, y la intensidad de la pérdida cuando esa mascota ya no está.
Por eso, en muchas ocasiones, el duelo por una mascota supone un proceso de adaptación más complicado que el duelo por un vínculo con otra persona, debido a que no es un duelo que suele experimentar el mismo tipo de apoyo emocional que cuando fallece una persona querida.
En definitiva, para la elaboración del duelo el primer paso es reconocer nuestras emociones y la situación que estamos a travesando, y poder contar con suficiente apoyo como para poder volcar todo el sufrimiento que podemos estar experimentando, se trata de adaptarnos a la ausencia de un compañero que no expresaba exactamente con palabras, pero contaba con otras muchas formas de compartir y de comunicar.
Estefanía López Paulin
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