Fernando N se convirtió en “La bestia del Subway” tras propinarle a Santiago, trabajador del establecimiento, de 15 años de edad, 20 golpes en un instante (en el rostro, la nuca, la espalda y una patada rara).
Pero El Tiburón se transformó casi en un hielo. Sentado en el banquillo de los acusados, acompañado de seis abogados de tres despachos, escuchó una y otra vez las acusaciones en la Sala de Juicios Orales del Centro de Justicia Penal.
Fernando es un hombre pequeño, pequeño físicamente, medirá, si acaso, un metro con 65 centímetros, no se ve poderoso físicamente, es algo corpulento, pero nada que anuncie violencia descarriada.
Para la audiencia de vinculación, vistió un pantalón deportivo en color gris con una sudadera a juego del mismo color. El pelo desordenado lucía sucio y graso. Nunca cruzó palabra con sus defensores.
Se cruzaba de brazos y permanecía en esa posición por largo tiempo, de repente se pasaba las manos por el rostro y se limpiaba los ojos y, de vez en vez, sorbía agua de una botella que tenía junto a los pies.
Todo lo que dijo a preguntas del juez, Juan David Ramos Ruiz, para que argumentara en su defensa o contradijera los argumentos del fiscal Juan Manuel Ibarra Fajardo fue: No señor, no señor.
El día que perdió el control, en el Subway de Rutilo Torres, “El Tiburón” iba acompañado de su hija de 12 años, pero era un cliente frecuente; casi siempre pedía un sándwich de pollo con salsa teriyaki.
Cuando Santiago le pidió que se formara le hirvió la sangre. Todo indica que la víctima sintió el riesgo y cedió a uno de sus compañeros el turno, se refugió en la cocina, pero hasta allí llegó Fernando para propinarle 20 golpes consecutivos según el peritaje especializado del video que circuló en redes sociales y que hizo la fiscalía.
Los cuatro golpes iniciales se los dio en el rostro, los siguientes en la cabeza, la nuca, la espalda y al final, dos codazos y una patada “rara”.
De pronto alguien de entre los testigos gritó “Ahí viene la policía” y Fernando salió del lugar, pero regresó instantes después para advertirle a Santiago que: “si vas de puto, vuelvo y te parto la madre”.
De ese Tiburón no queda nada. Sentado ante el juez, se veía tranquilo, pero sus piernas lo traicionaban, no obstante, cuando comenzaba el movimiento, buscaba controlar todos los músculos que pudieran salirse de control.
La bestia del Subway no estuvo esposado durante la audiencia del 10 de agosto, pero tres guardias permanecían cerca para someterlo en caso de que se saliera de control.
Los golpes que recibió Santiago le causaron traumatismo craneoencefálico, conmoción cerebral, traumatismo en rostro, así como daño psicoemocional y psicosocial.
En ocasiones la mejor defensa es el ataque, eso lo sabe El Tiburón, aficionado a las peleas “vale todo” y experto en artes marciales.
“Nadie sale de su casa para ir a matar a alguien” a final de cuentas, concluyeron los postulantes, no se murió la víctima. Los defensores pretendieron cambiar la categoría del delito que se le imputa: Homicidio en grado de tentativa agravado, pero el fiscal Juan Manuel Ibarra iba bien armado con argumentos jurídicos, la asistencia de Nayeli Miranda, el apoyo de un asesor jurídico de la comisión de atención a víctimas, Fernando Díaz Ávila, así como del representante de la Procuraduría de Protección a Niñas, Niños y Adolescentes.
El homicidio no se consumó porque intervinieron terceras personas, dijo el fiscal, pero se acreditaron circunstancias de tiempo, modo y lugar; es decir, si a alguien no se le hubiera ocurrido gritar “Ahí viene la policía” Fernando hubiese golpeado a Santiago hasta la muerte.
El juez llevó con mano firme la audiencia, escuchó a los litigantes de la Fiscalía y a los defensores del Tiburón. Con contundencia, se negó a reclasificar el delito para dejarlo en lesiones calificadas porque “no ponen en riesgo la vida y no tardan en sanar más de 15 días.
Tampoco accedió a la petición de la defensa de “El Tiburón” para llevar en libertad el proceso porque “cualquiera estamos en peligro” y porque, además, mintió sobre su domicilio, porque tiene manera de fugarse, incluso del país y porque es hábil para esconderse.
Al final de la audiencia de vinculación, parecía que nunca llegarían las palabras, pero llegaron: Se dicta prisión preventiva oficiosa al imputado y se autorizan tres meses para las investigaciones complementarias.
Santiago y su madre, presentes en una sala contigua, resguardados, no quisieron aportar nada más. La esposa y la hija del Tiburón, ahora convertido en catán, tímidamente decían que había muchas mentiras en el caso para que los reporteros presentes escucháramos.
Fernando se hizo más chiquito de lo que realmente es, sus abogados buscarán recursos para que deje la cárcel y la Fiscalía se empeñará en ampliar la sentencia máxima para el delito de homicidio calificado en grado de tentativa agravado: 50 años de prisión más reparación del daño a la víctima.
Seguiremos informando.