Pues sí, eso de “liberales” contra conservadores que utiliza hoy el presidente nomás no se sostiene, si tomamos en cuenta el significado histórico y actual de la palabra liberal. El sábado anterior lo revisamos y confirmamos aquí, sobre todo frente al odio que le tiene a sus enemigos “conservadores” o privatizadores, que hasta los vería opuestos a restaurar (retrogradar) un orden estatista que ya fracasó hace 40 años (1982).
Se habla de cambio o transformación (dizque positiva) y quien esté en contra de ello quiere conservar la situación actual y sería necesariamente un “conservador”, en la forma más simplista posible. Pero, ojo, lo actual se puede considerar bueno o malo, y ese cambio podría ser hacia algo peor e incluso un regreso a algo previo. Por ejemplo, al estatizar ciertas actividades o implantar una protección comercial anterior a nuestro TLCAN y a la apertura mundial de la globalización.
Es complejo caracterizar el conservadurismo a lo largo de la historia y en distintos países. El señor AMLO no sabe mucho del nacimiento y la evolución de la filosofía conservadora, ni de las principales peculiaridades de su desarrollo en el Reino Unido, Francia, Alemania, Estados Unidos, España o Latinoamérica.
En el siglo XXI, coexisten en el conservadurismo diversas posturas sobre lo económico. Históricamente ha sido proteccionista pero esto ha cambiado con el tiempo y las circunstancias (guerra fría). En general, se ve una respuesta al desorden derivado de la Revolución Francesa, reemplazando el nacionalismo y el centralismo para evitar que el Estado caiga en manos de déspotas. Se pugnaba por la libertad económica y la tradición. De Thatcher, a su vez, la privatización de actividades que estaban a cargo del Estado se hizo común y ha sido imitada en todo el mundo.
De hecho, alguien ha aclarado muy bien en redes: Ir en contra del capitalismo es ser conservador y proteccionista. Los países más desarrollados son liberales y capitalistas y por eso se pueden dar el lujo de tener programas de apoyo social bastante robustos… han logrado ser ricos en un mundo neoliberal. Sin embargo, en países como México hay muchos pobres y son susceptibles a la demagogia populista antiliberal (antieconómica) que promete soluciones tan mágicas como falsas.
Asimismo, los anti-(neo)liberales se dicen de izquierda o progresistas, pero a veces ni siquiera eso son, aparte de que acusan de conservadores a militantes de auténtica izquierda. Todo esto trae confusiones y crea efectos contraproducentes con políticas erróneas e incrementos en la pobreza, tal como ha sucedido acá estos años.
El vocero del presidente, Jesús Ramírez, escribió: “Ser de izquierda es un proyecto de vida a favor de la libertad plena; de la democracia participativa y representativa; de la justicia social y el respeto a los derechos humanos. Más que una ideología es una postura en contra de las injusticias y cualquier opresión, solidaria con los oprimidos”. No tardó mucho la contestación mordaz de Sergio Sarmiento: “Estoy de acuerdo. Ojalá tuviéramos un gobierno de izquierda”.
Populismo equivale a demagogia: un engaño a corto plazo, que con el tiempo se derrumba. Lo hay de izquierda y de derecha con base en promesas o simulaciones y es, pues, una ideología que ve a la sociedad separada en dos campos antagónicos: “el pueblo puro” frente a “la élite corrupta”, y sostiene que la política debe ser una expresión de la voluntad general del pueblo.
Prefiero no tocar aquí pésimas señales como el atentado contra un gran periodista o la aprobación forzada de una patética contrarreforma electoral. Si acaso dejo que el director de Excelsior, Pascal Beltrán del Río, nos recuerde: No ha sido tan raro que se reforme la ley electoral para acabar con la democracia. Miren, en Italia, entre 1922 y 1926, Mussolini se convirtió en dictador a partir de la reforma electoral que existía, con una mayoría de 223 votos contra 123 por una cláusula de gobernabilidad aunque el Partido Nacional Fascista sólo contaba con 36 diputados fachos y 10 aliados.
@cpgarcieral