Teodoro Alvarado Rojas “Don Lolo”, nacido en el año de 1961 en la comunidad de Estanque de Agua Buena, fue el hijo mayor de diez hermanos por lo que desde muy corta edad tuvo que empezar a trabajar para ayudar a su familia, un hombre fuerte, amable y con un vasto conocimiento en la naturaleza y los animales, reconocido por su excelente trabajo como albañil y apreciado como un gran ser humano.
Don Lolo fue un hombre de campo, dedicado a su trabajo y familia, un jefe de familia fuerte y amoroso a su manera, la verdad es que conocí poco de la historia de Don Lolo, pero él era una persona de esas que son fácilmente queridas y admiradas. Nuestros caminos coincidieron cuando mis padres hicieron una amistad con Don Lolo y su esposa Monchis, guardo con aprecio y cariño aquella primera vez que visite su casa, me recibieron con un apretón de manos fuerte y seguro, acompañado de una sonrisa cálida y acogedora.
No supe cuándo ni cómo, pero Don Lolo y su familia se hicieron parte de la nuestra, pasar aquellas tardes con su compañía y la de mis padres se volvió parte de una rutina, una actividad que no podía faltar en cada visita.
Don Lolo compartió conmigo y mi familia un sinfín de conocimientos acerca de las plantas y sus cuidados, con paciencia y amabilidad nos enseñaba cual era el proceso de germinación de una semilla, como cuidarla durante su crecimiento, y cómo y cuándo cosechar, cada que notaba que una tarea se me dificultaba se acercaba para mostrarme la manera correcta de hacerlo, y cuando algo no me salía bien él solamente me miraba con una sonrisa burlona y compasiva.
Mi mente aun lo recuerda como un hombre serio y con un carácter fuerte, pero también lo recuerdo con esa risa que le daba cada que hacía una ocurrencia, lo recuerdo sentado en aquella mecedora, con el atardecer de fondo y unas cervezas junto a mi padre, mientras mi madre, monchis y yo preparábamos la botana, al bajar la luz sus ovejas comenzaban a balar en busca del momento de la cena que Don Lolo les ofrecía, era gracioso ver como las borregas sabían que estaba con nosotros y buscaban cualquier espacio entre la cerca del corral para poder verlo.
Las despedidas siempre cuestan, sobre todo en esta vida que es tan espontánea y desconocida, en esta rutina tan rápida que muchas veces no nos permite detenernos a pensar en cuan afortunados somos de poder compartir hasta el más mínimo momento rodeados de nuestros seres queridos. La vida es un ciclo y aunque para el corazón sea difícil aceptar la ausencia de una persona, debemos entender que todo inicio tiene un final, y que cada persona que se cruza en nuestro camino es porque ha venido a enseñarnos algo, valoremos a quienes nos quedan y agradezcamos los tiempos vividos con los que ya se han ido.
Muchas gracias por todo lo que me enseñó Don Lolo, que su viaje sea bueno, lo llevaremos por siempre en nuestros corazones.