La maestra de primaria llegó a clase con los ojos brillantes de lágrimas. Los niños se preguntaban qué era lo que le pasaba, pues no se veía triste. Algo como una sonrisa se dibujaba en sus labios. Ella no pudo guardarse la experiencia que acababa de tener, y decidió compartirla con los niños. Esto fue lo que les contó:
«Tuve un sueño, como tantos sueños raros o divertidos, extraños o atemorizantes. Un sueño más, eso pensé al principio. Era una niña que me hablaba, y me decía que fuera yo a visitar a mi padre, que lo tenía muy olvidado.
«Aquello no me hizo impresión, era un sueño, después de todo. Pero igual decidí ir a visitar a papá, era cierto que hacía mucho tiempo no limpiaba su tumba ni ponía en ella un ramo de flores.
«Mi padre descansa en el cementerio más antiguo de la ciudad de San Luis Potosí, el Panteón del Saucito. Lamento decir que la suya es una más de tantas tumbas que yacen olvidadas, sin un familiar o un amigo que se ocupe de deshierbarlas, de limpiarlas, de demostrar un poco de cariño por quién bajo esa lápida reposa.
«Así, a la mañana siguiente, me dispuse a visitar a papá. Me ocupé de su sepultura y hablé con él por un rato, le dejé unas flores, una oración, me despedí y me dirigí hacia la salida.
Cuando caminaba sobre la Avenida Principal donde se encuentran las tumbas más antiguas y hermosas del cementerio, me llamó la atención una, bastante reciente, no era una tumba convencional y parecía un poco fuera de lugar. Cuando me acerqué, no resistí la tentación de mirar a través de las pequeñas ventanas, aquello era una casa de muñecas, limpia y arreglada, a la puerta, jarrones de flores frescas y dos pequeños arbolitos hacían guardia.
En el interior, dispuestos con primor, angelitos de diferentes formas y estilos, muñecas y peluches, y al fondo… Sentí que mis pies perdían el piso, al fondo, en una fotografía, estaba ella, la niña que soñé, y quien me había entregado el mensaje de mi padre…
Después de todo no había sido un sueño más. No pude reprimir el llanto, no sé si lloraba de tristeza, de remordimiento, de alegría o de agradecimiento, no sé, pero no podía parar de llorar y de sonreír al mismo tiempo.
Como pude regresé a mi casa, después de fijarme bien en el nombre de la pequeña mensajera, Poleth Viridiana, para contarlo a todo el que quiera escucharme, para decirles que nuestros muertos necesitan que les recordemos, que los visitemos y que oremos por ellos, para decirles que yo lo sé porque Poleth me lo dijo.
Les dejamos el tercer capítulo de Leyendas Urbanas, una forma diferente de contar historias de terror: