Hace un par de semanas, la Suprema Corte de Justicia de la Nación autorizó las licencias de paternidad e 3 meses al interior del poder judicial sentando un ejemplo y un precedente en materia de igualdad y derechos humanos. Actualmente la Ley Federal del Trabajo prevé licencias de paternidad de 5 días a partir del nacimiento o adopción de el o la nueva integrante de la familia, en contraste con los 84 días naturales que tiene una mujer, a tramitar entre las semanas 34 y 40 de gestación. En Latinoamérica esta prestación va de 0 a 14 días, dependiendo el país, pero en la OCDE el promedio es de 8.1 semanas y que decir de países como Suecia, que tiene aprobado un esquema combinado de 3 meses para cada padre y madre, y 10 meses adicionales que se pueden acomodar según determine la familia y Finlandia que en 2020 aprobó una ley en la que otorga igualmente a hombres y mujeres 7 meses de permiso con goce de sueldo, con un mes adicional para el periodo de embarazo.
Las licencias de maternidad y paternidad se plantean justamente para fomentar la construcción de hogares sólidos y estables que son necesarios para el pleno desarrollo de cualquier ser humano. Más allá de la cuarentena y recuperación post parto, con ellas se deja tiempo para que madres y padres dediquen tiempo y atención a sus hijas e hijos, en sus primeros días de vida, en los que se encuentran más vulnerables. Así pueden desarrollar el apego saludable, establecer rutinas, sujetar la lactancia materna exclusiva y desarrollar los canales de afecto con su bebé. Y aunque si representa grandes montos de dinero que cubren las instituciones de seguridad social, en el fondo es una gran inversión para la calidad de vida y humanidad de las familias.
Desafortunadamente, en la vida cotidiana y en las normas aún se sobrepone y socializa la asignación cultural del cuidado y crianza de niñas y niños impuesta exclusivamente a las mujeres, fomentando el reparto asimétrico de tareas y responsabilidades. Esta arista del machismo impacta en los derechos de los hombres para ejercer su paternidad, y también de niñas y niños recién nacidos que merecen estar en contacto con sus padres.
Por ello, la idea de practicar una paternidad responsable remite a involucrarse con hijas e hijos más allá del rol de proveer económicamente. Tomar parte en la crianza y en el cuidado que impacta positivamente en el desarrollo biológico, social y psicológico del o la bebé, pero también favorece el acceso a oportunidades (estudios, trabajo remunerado y actividades recreativas) que influyen en el desarrollo de la familia y el hogar.
Compartir el rol de cuidado, además de repercutir en la reincorporación de las mujeres a la vida laboral, disminuye el estrés de las madres que puede tener consecuencias graves como la depresión post parto, y permite a los padres desarrollar y construir su perspectiva de paternidad, además de la vinculación emocional con su hija o hijo. Esto tiene que ver, sí con leyes, pero también con la construcción de nuevas masculinidades y el establecimiento de sociedades más justas e igualitarias.
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